Director musical de la ópera «Katia Kabanová»

Pablo GALLEGO

La primera impresión que Maximiano Valdés tuvo con la ópera de Janácek «Katia Kabanová» es que se trataba de una música «primitiva». «Tiene la fuerza que nace de la espontaneidad, con unas ideas que golpean por lo violentas que son». A partir de este domingo, Valdés volverá con los que, hasta el pasado junio, fueron sus músicos, los profesores de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA), como director musical de «Katia Kabanová», tercer título de la temporada número 63 de la Ópera de Oviedo, ciclo que cuenta con el patrocinio de LA NUEVA ESPAÑA. Tras los éxitos de «Elektra», «Tristán» y «Diálogos de carmelitas», «Katia Kabanová» será la última ópera de Valdés en Asturias. «Al menos, por algún tiempo», asegura.

-¿Es posible explicar esta ópera de forma sencilla?

-Desde el punto de vista musical es una ópera progresiva. Apenas los temas se esbozan ya empiezan a sufrir modificaciones que constituyen el tejido musical de toda la ópera. También hay temas que se repiten y simbolizan situaciones y personas, como «leitmotiv».

-¿Cómo construye Janácek una ópera a partir del teatro?

-La obra de teatro «La tormenta, de Aleksandr Nikoláyevich Ostrovski, tiene un ritmo muy rápido, con personajes muy incomunicados entre ellos y con un alto grado de neurosis. Eso se traduce en un lenguaje rápido en el que pequeñas palabras, dichas a mucha velocidad, construyen la tensión en la cual la ópera se desarrolla.

-¿Cómo afecta eso a la música?

-La verdad es que pone muchas dificultades. El mismo Janácek dice que lo que a él le gustaría producir es que cada espectador saliera de la ópera bastante golpeado, sin entender mucho qué fue lo que pasó o qué fue lo que vio. Tal es el impacto emocional que nos puede producir esta historia.

-Y el final sorprende.

-Lo que pasa es que la capacidad del público de darse cuenta de lo que realmente pasa mientras transcurre la acción es muy limitada, todo va muy rápido. Tanto es así que, cuando termina la ópera, uno se encuentra con el suicidio de la única persona limpia y decente de todo el cuento. Es un final que la gente no se lo espera.

-Janácek no da tregua.

-«Katia Kabanová» es un flujo continuo de una hora y cuarenta minutos de música que apenas se interrumpe en el cambio de cada acto. La música refleja la velocidad del diálogo y la velocidad de la acción. Hacer esta ópera accesible, transmisible y digerible es una lucha contra el tiempo.

-¿Ha sido eso lo más difícil para el director y su orquesta?

-Poder tocar esta ópera de principio a fin, atentos a todas las facetas que la expresión artística impone en cuanto a colorido, para ser capaces de entender este lenguaje musical, cargado de violencia y al mismo tiempo de una enorme ternura. Eso exige tiempo. Dirigir y tocar «Katia Kabanová» es tan difícil como atravesar a pie toda la cordillera de los Andes.

-Hay quien la compara con una pintura.

-De alguna manera podría ser Kandinsky o Miró. Colores muy fuertes con diseños simples, que comunican rápidamente un estado emocional. El tratamiento de la orquesta es muy personal. Expresa la brutalidad, los golpes, y la pasión enfermiza de esta chica, que no la logra controlar.

-¿La escena ayuda a transmitir el mensaje?

-Me gusta mucho. Frederic Wake ha trabajado cada detalle con una tranquilidad y una visión realmente notables. Logra transmitir la sensación de angustia desde que la ópera empieza, en el espacio limitado en que vivía Katia, prisionera en su casa. Es muy de teatro de prosa. Todo lo demás sale de la imaginación. Y los protagonistas son excepcionales.

-¿Qué futuro le vaticina a la programación cultural y musical asturiana ante la crisis?

-Habrá que ajustarse. Lo que no puede bajar es la calidad del producto. Quizá habrá que hacer menos música, no tan elaborada ni tan difícil, pero habrá que hacerla bien. En Estados Unidos ya están de vuelta, pero en España se siente mucho más.