Patricia tiende a arrepentirse de haberse arrepentido. Y no es malo. Hasta la fecha, 26 años, su biografía le ha llevado por donde ella no quería, y siempre le ha acabado quitando la razón. Le pasaba ya de pequeña, cuando maldecía desde sus veranos de idiomas en Francia, Canadá o Inglaterra no estar con sus amigos en Celorio. Lo mismo cuando se fue llorando a la Pompeu Fabra al ver alejarse su sueño universitario salmantino. También, al acabar su «Erasmus» en Dublín y tener que regresar a España, o las tres veces que llegó a negar a Facebook. Pero Patricia Cartes Andrés (Oviedo, 1984) aprendió idiomas, se enamoró de Barcelona, se propuso regresar a Irlanda y, a pesar de que iba para intérprete en Naciones Unidas, acabó convirtiéndose en una experta en tráfico web, seguridad en la red y capitana en la guerra contra el spam en Google, y, desde hace dos años, responsable en Facebook para gestión de crisis vinculadas a todo lo que pasa con la red social a este lado del planeta: Europa, Oriente Medio, África.

Lo primero, fueron los idiomas. A la niña Patricia se le metió en la cabeza con diez años lo de ser traductora porque ejercía ya de intérprete en casa cuando a su hermana Cristina -cuatro años menos- se le trababa la lengua y nadie la entendía. Así que, al salir del instituto y con el apoyo en casa de buscar la mejor formación posible, optó entre tres facultades y acabó en Barcelona.

Primero se enamoró de Barcelona y luego de Irlanda, donde hizo el segundo curso, de «Erasmus», pero antes ya había desarrollado su otro amor, la informática. Aunque no se puede decir que Patricia Cartes sea una «nativa digital» (los nacidos con la revolución tecnológica ya desarrollada), logró llegar a tiempo a los primeros años de internet y quedó fascinada. «Una chica de mi colegio tenía internet en casa y cuando tenía trece años mis padres instalaron el módem de 56 kb que me conectaría con el mundo. Me fascinaba la infraestructura detrás de la red de redes, y pensaba que no estaría tranquila hasta que no la entendiera».

Y vaya si lo entendió. Mientras la chica aprendía idiomas por el mundo, empezó a interesarse en lenguajes de programación web en sus ratos libres. «Como dice mi madre, ese portátil que me regaló fue la mejor inversión de nuestras vidas». Y descubrió el mundo de la manipulación de los motores de búsquedas y cada día estaba más metida. Aquel «Erasmus» en Maynooth (Irlanda) y el de cuarto en Glasgow (todos los viernes volaba a Dublín) hicieron el resto. «Lo que me pasó fue que me enamoré de Irlanda hasta las trancas: la gente, Dublín, el oeste del país, el sector de la tecnología... Y el día que cogí el vuelo de vuelta a España, un Aer Lingus Dublín-Madrid que no olvidaré en mi vida, se me caían las lágrimas de pena y recuerdo que pensé "no llores, si quieres vivir en este país eso harás"».

¿Cómo se puede vivir en Irlanda de traductora? No tenía idea, pero mientras hacía las pruebas para los másteres que le habrían llevado a ser intérprete en Naciones Unidas, colgó su currículum en Monster.ie (el portal de empleo número uno en Irlanda) y a los quince días de haber acabado la carrera, el 14 de julio de 2006, estaba trabajando para Google en Dublín. Su dominio del francés, catalán, inglés y español y toda la práctica adquirida en tiempos muertos sobre motores de búsqueda convencieron al gran gigante de internet. Dos años y medio en Google Dublín velando por la integridad de la web, controlando las trampas que los grandes hacían para colarse en lo alto del buscador, la convirtieron en una técnica avanzada, encargada de formación del resto del personal.

La otra vuelta de tuerca llegó con el final de 2008, cuando Facebook, entonces una empresa desconocida a este lado del mundo -«¿qué es eso?» le preguntó horrorizada su madre- quiso instalarse en Dublín para aterrizar en Europa y trató de fichar a Patricia.

Hasta tres veces llegó a rechazar las ofertas, cada vez más suculentas, que le lanzaba la gente de Mark Zuckerberg. Patricia, desquiciada, recuerda que aquella Nochebuena, tratando de tomar una decisión con toda su familia, llegó a cambiar tres veces de opinión durante la cena. Y al final dijo que no y el día que volvió a Dublín y se sentó en su trabajo de Google, pensó que se había equivocado y se echó a llorar. Llamó a su madre. «Volverán a llamar», le dijo Pilar Andrés.

Y llamaron, y Patricia empezó como responsable de las campañas de la seguridad en sitios y cuentas y acabó trabajando de la mano de las agencias de prensa, en gestora de las crisis gordas de Facebook en Europa. Ni un minuto libre en su vida pero satisfecha de haber logrado trazar, con un rodeo, la recta tecnológica que jamás soñó.