Desertizando

Termina la cuesta de enero y empieza la de febrero, porque tememos que todo el año sea una cuesta, no se sabe si hacia arriba, para trepar, o hacia abajo, para bajar a «rollicones».

Arte público

Andan los artistas plásticos, y otros, y no les falta razón, preocupados por la precaria vida cultural de la ciudad desde lo público. Efectivamente, por ir sólo a las salas de exposiciones y al teatro, Oviedo aparece como un desierto. Es bien cierto que hay en la ciudad una gran -extraordinaria- vida musical, y no hay más que reseñar como muestra muy reciente la presencia de Zubin Mehta en el Auditorio el pasado día 25. Pero el sobresaliente en música no compensa, por ejemplo, la carencia de salas de exposiciones. La sala que estuvo en los bajos del Campoamor, con ecos de «Carillón», no era especialmente buena, con una severa barrera arquitectónica. Con todo, cerró y se llevó consigo el recuerdo de lo mucho bueno que habíamos visto allí.

La otra sala municipal de la ciudad, que dio vida a Cimadevilla antes de que se convertirse en un gran bar lo que había sido lugar comercial por excelencia, era el Café Español, que por su situación, su tamaño y su falta de barreras arquitectónicas era visitado por muchos ovetenses y forasteros, ejerciendo una gran labor social y didáctica. El Café Español, que había sido café e incluso café cantante, terminó como mueblería, cuando en Oviedo había mueblerías y no hacía falta salir del concejo para comprar un sofá.

Aquel hermoso local, en sitio tan principal, se convirtió, muy acertadamente, en sala de exposiciones municipal, y ahora se echa de menos, pasando por allí, su labor.

Como es bien cierto que deteriora más el abandono que el uso, ya se ve aquello languidecer por días, con la entrada desportillada.

Deseamos un uso público y adecuado para lo que fue Café Español, que hace mucho que no nos enseña los angelotes de su ingenuo decorado, obra de Sebastián Miranda.

Arte privado

Ya que no tenemos salas de arte público, que podrían convivir con las privadas, en Oviedo nos queda el consuelo, y que no falte, de otras titularidades y orientaciones, que viven en gran medida del entusiasmo de sus promotores.

Entre ellas, las que exponen arte vivo en la ciudad, vamos hoy a una sala ovetense original, por su propia concepción, Alfara, que está en un barrio crecido, bien distinto de lo céntrico a lo que estábamos acostumbrados para estas cosas, desde los tiempos en los que en la Escandalera, en la sede de la Caja de Ahorros, había, entrando por el pasadizo que es vieja servidumbre de paso, salón de actos y sala de exposiciones en la que mucho disfrutamos. En el salón colgaban las alegorías de las artes de Paulino Vicente hijo, también llamado El Mozo, las que ahora están, en sitio inadecuado y poco lucido, al alcance de quien por allí pasa, en el almacén de publicaciones de la Caja, en Argüelles.

Encima de aquel salón de actos, dedicado ahora a otros usos, estuvo la sala de exposiciones, también diseñada por Julio Galán Gómez, como todo el edificio. Tenía retorcida entrada, con escalera de caracol, pero una vez arriba, donde había un pequeño ambigú con una pintura de Fresno que representaba el viejo paseo de los Álamos, había sosegada sala donde vimos mucha buena pintura.

Volviendo a lo que tratábamos, en el Oviedo crecido que no termina precisamente en la Escandalera, en la calle Rafael Gallego, en Vallobín, está la sala Alfara, mens sana in corpore sano, porque comparte espacio con una farmacia, obra toda del entusiasmo y amor al arte desde los matraces de sus dueños.

Y para colmo de bienes ahora expone allí Consuelo Vallina, artista inquieta y creativa, que merece todo lo bueno que le ocurre en el arte.