Presencia triple de «Oviedo Filarmonía» en el ecuador del ciclo de los «Conciertos del Auditorio», este primero con Haider al frente en lo que será su penúltimo concierto con la agrupación ovetense, en el que ofreció un programa con pocas sorpresas y en lo que quizá lo más llamativo fue la presencia del solista de la Orquesta Filarmónica de Viena Dieter Flury, que interpretó el «Divertimento para flauta y orquesta de cámara, op. 52» BV 285 de Busoni y el «Concierto para flauta n.º 2 en Re mayor» de Mozart, en realidad una adaptación de otro concierto para oboe en Do mayor. En la actualidad, la cantidad y calidad de los intérpretes es mayor que nunca, con lo que la musicalidad, a partir de un nivel técnico de plena solvencia, es la diferencia que separa a un buen intérprete de otro. Flury demostró sobresalientes cualidades en ambos aspectos, técnicamente impecable y con una musicalidad que exhibió en una demostración de sonoridad prístina, en los que los pianísimos fueron delgados hilos dorados, sin que nunca la articulación del sonido afectase a su calidad áurea. Antes, la obertura de «Rosamunda» y, en la segunda parte, en solitario, la «Incompleta» de Schubert. Como decimos, un programa sin sobresaltos que se adaptó a las cualidades de «Oviedo Filarmonía», especialmente en la sinfonía, entre otros motivos por ser una música de una calidad y belleza extraordinarias y, también, porque cada vez los músicos de orquesta tienen menos oportunidades de hacer lo que más disfrutan en su mayoría, el mejor repertorio sinfónico.

Haider fue una pieza más para que todo encajara; además de que el programa se adaptó a la orquesta, Haider también parece sentirse cómodo en este repertorio. En general, pero sobre todo en la «Incompleta», optó, con buen criterio, creemos, por una sonoridad redondeada en intensidades y libre de aristas que resulta, como mínimo, amable. No siempre, como comentábamos en la pasada crítica, resaltar en exceso el detalle es lo apropiado. En muchas ocasiones la nitidez extrema del sonido resulta inapropiada, y este Schubert sonó empastado, con dinámicas controladas, tempi convencionales, eso sí, y elegancia en el fraseo resuelto de Haider. Todo muy amable, como el carácter general propio de la música que interpretaron. De propina también «Rosamunda», cerrando así el círculo.

No lo pudimos comentar en la última crítica por falta de espacio. Con conjuntos de la envergadura de algunas de las orquestas que nos visitan, algunas de las obras más emblemáticas y relevantes del repertorio sinfónico pueden tener mejor acogida. Obviamente, el abanico de posibilidades es muy amplio, desde Bruckner o Mahler a Shostakovich, por ejemplo. No todo el mundo cambia, es un caso que se da, una gran sinfonía por un partido de fútbol, pero ¿con obras de menor impacto o más comunes en los programas de repertorio?... ¿Quizá sería bueno elegir obras más ambiciosas para un ciclo que no es el abono de una orquesta local y que pretende que cada concierto sea algo extraordinario? Aunque, por supuesto, cada programador, director y cada orquesta ofrecen la que consideran su mejor propuesta. En este caso, amabilidad y elegancia para un soleado viernes de invierno.