Intensa actividad de «Oviedo Filarmonía» en los tres conciertos en los que interviene dentro de las Jornadas de Piano y los Conciertos del Auditorio. Si tenemos en cuenta la dificultad que supone enfrentarse al «Concierto para la mano izquierda en re mayor» y al «Concierto para piano en sol mayor» de Ravel y si se hace con pocos ensayos, el resultado obtenido puede considerarse satisfactorio, y el propio Ituarte, antes de ofrecer un extraordinario Debussy de propina, agradeció a la orquesta el esfuerzo.

Ituarte es un pianista de primera línea que merecía estar presente en las Jornadas de Piano. Intérprete de una técnica extraordinaria, es un maestro en el conocimiento pianístico del más alto nivel, con una enorme capacidad para el análisis a la hora de enfrentarse a la música que interpreta. En el «Concierto para la mano izquierda en re mayor» perfiló con justa y equilibrada medida el relieve de la parte solista, controlando magistralmente el centro del balance respecto a la orquesta. En el «Concierto para piano en sol mayor», ya con la versatilidad a dos manos, continuó su lección magistral sobrevolando las dificultades técnicas con un talento sólo innato. Otras lecturas son posibles, quizás algunas más brillantes y poderosas en remarcar el relieve solístico, pero la de Ituarte fue una interpretación técnicamente precisa, concentrada, muy cerebral en su concepción. Aunque quizás echamos de menos facilidad intuitiva para transmitir esa concentración de conocimientos y talento de forma más cercana y expresiva.

Prueba de ello pudo ser el «Adagio assai», uno de los más bellos de la literatura pianística -no pierdan la ocasión de disfrutar de ello en Youtube, un espectáculo absoluto Bernstein como pianista y director, la elegancia de un Michelangeli, la sensibilidad de una Helene Grimaud llevada al límite, etcétera-, donde Ituarte se mostró demasiado austero. Destaquemos aquí, también, la intervención del corno inglés. Creemos que no favoreció que Braun subdividiera este movimiento, se pierde la ambigüedad rítmica contenida en él, con un bajo como un tempo de vals estilizado sobre el que casi literalmente sobrevuela la melodía -Celibidache optó, por ejemplo, por marcar «a uno», favoreciendo la expresión de estos dos significados de la estructura-. Un conocido abogado pidió a Ituarte, con clásica ironía ovetense, que le dedicara el programa con la mano izquierda... ¡Eso es fácil! Y con buena letra, más o menos comenzó: «Para un pianista zurdo como yo puede ser una ventaja enfrentarse al Concierto para la mano izquierda de Ravel?».

La segunda parte, con la «Sinfonía n.º 40» de Mozart, fue ejemplo de dirección excéntrica, donde no pocas veces el equilibrio se rompió por la desmesura dinámica y por unos tempi más que rápidos, precipitados, especialmente en el «Menuetto», pero no menos en el «Allegro assai». Una orquesta como «Oviedo Filarmonía» tiene capacidad más que sobrada para abordarla con total garantía, pero criterios directoriales que hacen sonar a Mozart como Brahms es otra cosa. El gesto de Braun para un forte parecía el indicado para cuatro «efes» de Mahler, y el podio se quedó pequeño para marcar una dinámica sin medias tintas y unos tempi que, en la mayoría de las ocasiones y aunque la orquesta respondió, no ayudaron a perfilar con claridad la magistral estructura interna de la obra.