A la espera de que se rebaje el límite de velocidad en las autopistas a 80 kilómetros por hora, para que cualquier tren que nos pongan con Madrid sea preferible a dormitar en el coche y se evite, de paso, que los radares de Tráfico nos incauten la nómina, los automovilistas de Oviedo se contentan con sobrepasar cojines berlineses, ese almohadón para aminorar la velocidad, y pitar convulsivamente al concienzudo ciudadano que persiste en circular a 30 por hora para respetar a los posibles ciclistas urbanos.

Loable la intención de que los ciudadanos protejan el pantalón con el calcetín subido y se lancen a recorrer la ciudad en bicicleta, que hasta en el inagotable catálogo de esculturas urbanas se cuenta con la del campeón olímpico Samuel Sánchez. Será quizás por el frío invernal y habrá que esperar a que las hojas broten de los árboles para que la primavera anime a los amantes del pedal, pero, la verdad, pasados más de dos meses de la puesta en marcha de los carriles 30 y de la señalización que alerta de la prioridad que tienen las bicicletas siguen siendo muy escasos los ciclistas que se aventuran por las calles, entre coches y autobuses. Y la mayoría de los que se deciden por las dos ruedas sigue utilizando las aceras, sorteando peatones. Habrá que otorgar tiempo a la iniciativa, sin duda, para que la plaza de Castilla o la de la Cruz Roja se llenen de bicis y dejen de ser la principal fuente de negocio de los talleres de chapistas, pero me temo que hay algunos problemas de difícil solución. Porque sólo con un buen chute de clembuterol se puede salvar dando pedales el desnivel desde, digamos, Teatinos al Cristo, con varios puertos puntuables, y Santa Cruz-Calvo Sotelo como de categoría especial. O ese pequeño detalle de que cuando se hace ejercicio se suele sudar. Aunque las bicicletas eléctricas ayudan a aliviar el esfuerzo no debe ser muy agradable llegar al trabajo con la camisa empapada.

La iniciativa municipal ha ido por delante de la demanda, con algún conflicto añadido, como la protesta de los vecinos de La Corredoria, ya que el carril bici proyectado dejaba las aceras del tamaño de un playmobil. Pero una vez llevado a cabo el proyecto habrá que insistir en el objetivo de que Oviedo se sume a la tendencia europea y la ciudad se convierta en el Amsterdam español. Quizás en la antigua Fábrica de Gas, otro espacio privilegiado que las cuitas entre las administraciones mantiene en barbecho, podría ser buen espacio para un circuito de pruebas que sirviese a los ovetenses para practicar el equilibrio sobre dos ruedas antes de lanzarse a las calles.