Elena FERNÁNDEZ-PELLO

«Sabéis lo que vais a hacer, así que ¡qué sea en hora buena! ¡A cubrirse!». Eran las ocho y media y los cofrades, hasta ese momento con el rostro al aire, se colocaron las capuchas. El párroco de Santa María La Real de la Corte, Laurentino Gómez, inició el rezo del padre nuestro y un año más se repitió el ritual de la Semana Santa. Empezaba la procesión del Silencio que curiosamente, con sus cornetas y tambores, es una de las más ruidosas y que se libró de milagro del agua. Hubo que abrir los paraguas en la plaza de Feijoo, con los pasos de la Santa Cruz y del Cristo flagelado ya en la calle y mientras el gentío esperaba la salida de la Virgen de la Amargura. Fueron sólo unos minutos, el cielo respetó la procesión.

Hacia las ocho y cuarto de la tarde, la Banda de Cornetas, Tambores y Gaitas de la Real Hermandad de Jesús Divino Obrero de León irrumpía en la tarde ovetense, con la gente echada a la calle y las terrazas hasta arriba. El sonido de la gaita, en el contexto de la Semana Santa, sorprendía a los viandantes, y a los interesados un miembro de la formación explicaba que «llevamos ya 25 años desfilando con gaitas».

Desde la calle del Águila llegaron a las puertas de la Corte y poco después entró en la plaza la Banda de la Cofradía del Silencio y de la Santa Cruz, la protagonista de la procesión del Silencio.

Los cofrades sacaron los tres pasos del templo trabajosamente, salvando las escaleras y salvando los obstáculos de la salida. Los espectadores más curiosos se encaramaron en la estatua de Feijoo, en el centro de la plaza, para observar mejor las evoluciones del arranque de la procesión.

Tras cada paso desfilaban los cofrades. Las mujeres, con hábitos de color gris, fueron las primeras en salir; los varones se ocultaban bajo los hábitos blancos, con capuchones y mantos morados. Entre ellos había muchos niños que se repartieron los símbolos de la Pasión -las herramientas de carpintería para construir la cruz, la esponja impregnada en vinagre y la corona de espinas- y desfilaron con ellos, exhibiéndolos sobre cojines de terciopelo.

En la procesión también participaron las vistosas manolas, las mujeres enlutadas y tocadas con mantillas españolas, entre ellas algunas niñas.

El arzobispo Jesús Sanz presidió la misa crismal en la Catedral y bendijo los óleos con los que serán ungidos los sacerdotes y los enfermos, como símbolo de la gracia de Dios. Sanz rogó por «nuevas vocaciones sacerdotales». En la fotografía, el Arzobispo llega al oficio.