«Facturas, facturas, facturas... No hacían más que pedir facturas, y la mitad se las había llevado el río», cuentan las hermanas Menéndez. Cuando contemplaron el estado en el que había quedado su casa, Marilí lo tuvo claro: «Esto se acabó», le dijo a sus sobrinas. Sin embargo, Casa Puyo reabrió tres semanas después. «Esto fue un desastre nacional. Trabajamos día y noche, no teníamos ni donde sentarnos», recuerda.

«No limpian ni dejan limpiar», continúa quejándose, «antes pescaban, cortaban leña, el río se mantenía limpio... Los abuelos contaban que había una cerezal al pie del agua... El río nunca estuvo así. ¡Pero si la maleza está mucho más alta que la carretera!».

Lo mismo sucede en Godos, otro de los núcleos del concejo afectados el año pasado por las inundaciones. El río se llevó por delante la carretera a Soto de Trubia y, desde junio del año pasado, permanece sin arreglar a la espera de que el Ayuntamiento y la Confederación Hidrográfica del Norte lleguen a un acuerdo. Una vez más, eso parece improbable. El organismo que gestiona las cuencas fluviales asturianas comunicó recientemente por escrito al Ayuntamiento que no acometerá la reparación de la carretera de Godos por entender que se trata de competencia municipal. El Ayuntamiento, al contrario, se había ofrecido a rehacer la carretera si la Confederación construía la escollera.

Las Caldas y Bueño también sufrieron las consecuencias de la tromba de agua caída en junio del año pasado. En esta última localidad, el vecindario insiste en que hay que dragar el río y limpiar los puentes para prevenir inundaciones y cuestionan el diseño del puente nuevo de Palomar, que se apoya en una pilastra que estrecha el cauce.