A salto de mata, con mi sección de plantas, traigo el garbanzo, herbácea de medio metro de altura, con flores blancas que desarrollan una vaina, en cuyo interior se alojan dos o tres semillas. En Pravia solíamos comerlos los jueves, día de mercado; las amas de casa aprovechaban para poner la olla en la chapa de la cocina y salir toda la mañana, mientras se hacía el puchero a fuego lento. Eran un manjar, combinados con chorizo, panceta y gallina; además, si los garbanzos restriñían, la sopa relajaba el estómago. Decía Andrés Laguna, por si alguien lo ignorase, que los garbanzos engendran muchas ventosidades, y también, esto es menos sabido, que «son productivos de esperma, por donde no es maravilla que inviten a fornicar». ¿Por qué en el Model's, por ejemplo, además de whisky, no animan a los clientes a consumir cazuelitas de garbanzos, aunque sean de lata? Bueno, ya sé por qué. Por el grisú.