Después de que España se quedara sin Portugal, tras proclamarse rey el duque de Braganza, y perdiera el Rosellón y las Provincias Unidas (Frisia, Groninga, Güeldres, Holanda, Overijssel, Utrecht y Zelanda), Felipe IV optó por usar el sobrenombre de Felipe «el Grande». Así, el duque de Medinaceli dijo: «Su majestad es como los agujeros, que se hacen grandes conforme van perdiendo tierra». Los hay que sacan rédito a la sombra y brillan por omisión más que el sol en un eclipse; políticos amortizados y monarcas, en pleno agujero, reciben el aplauso insólito de senadores, diputados y gaiteros. Me recuerda al silogismo que aprendí en el Loyola, en Filosofía: «Observad un pedazo de Gruyère; cada agujero ocupa el lugar en el que habría queso; cuanto más queso, más agujeros y cuantos más agujeros, menos queso. Conclusión: cuanto más queso, menos queso».