Una buena noticia del principio del año para la ciudad es la recuperación de uno de nuestros edificios más importantes, la casa conocida desde siempre por el ingenio local como «El Termómetro», por la espectacular galería vertical de vidrio curvado que lo caracteriza.

Este importante edificio, levantado precisamente en la esquina de la discordia, entre Fruela y la Escandalera, allí donde ya en el siglo XIX se hizo evidente que Uría terminaba en la Escandalera y que Fruela, más estrecha, era calle menor.

Esta casa, con proyecto de 1936 y construida entre 1939 y 1940, justo en la primera posguerra, supone un ejemplo expresivo de lo que Oviedo hubiera podido llegar a ser. Las habitaciones en rotonda que surgen de la esquina acristalada, la más espectacular esquina de Oviedo, se convierten en diáfanas estancias que supongo que seguirán con sus privilegiadas vistas, reinando en la ciudad. Esta casa y otras, como la casa Blanca, de 1929, obra de los del Busto, en Uría 13, o el edificio de la Caja de Previsión, en la plaza del Carbayón, de 1934, obra de Vaquero Palacios, son testigos expresivos de un Oviedo atractivo y moderno que crecía al llegar la guerra y que, desgraciadamente, sufrió un grave parón estético. Ejemplo de ello lo tenemos en el mismo arquitecto de «El Termómetro», Saiz Heres, que ya marcado por los modos de posguerra edificó un gran bloque de viviendas en parte de lo que había sido finca del palacete de doña Concha Heres, entre las calles Pidal y Gil de Jaz, siendo como era sobrino de doña Concha Heres, propietaria y habitante durante un tiempo de un gran palacete en Toreno que fue derribado escandalosamente, como otros de la zona, cuando la ciudad decidió cederlo todo en beneficio del dichoso ladrillo. Ese edificio de viviendas ya no juega con la innovación estética y se limitó a crecer, ventana sobre ventana. El palacete de doña Concha Heres se derribó aparatosamente, pero no se hizo la temida mole sino una discreta sede para el Banco de España. Algo es algo.

«El Termómetro» recupera ahora, afortunadamente, y después de obra larga y cuidadosa, la elegancia que había ido perdiendo en los últimos años, a base de la falta del respeto al vidrio curvado que le es esencial y algunos añadidos desafortunados, como el que había rebanado parte de la decoración del bajo en beneficio del banco que allí se alojaba, de cuando a los bancos les gustaba dar un aire de misterio y opacidad, como si todo en ellos fuera caja fuerte.

La recuperada y sobria belleza en sitio tan principal es una buena noticia que consideramos augurio de la vivificación de la zona, tan taciturna.