Cúmplense ahora los cuatro años de aquella precipitada comisión, supuestamente plural, creada «ex novo» por don Gabino de Lorenzo para poner por obra los cambios de nombres en el callejero urbano impulsados por la revanchista ley de la llamada Memoria Histórica. «Lo que vosotros decidáis va a misa», advirtió el regidor en un aparente intento de traspasar a los comisionados la responsabilidad de las supresiones.

De los cambios propuestos por mayoría de votos, sólo dos se hicieron efectivos en seguida con nombres deportivos; los demás quedaron en el olvido. Resultados que no han satisfecho a casi nadie. Hago notar que la referida comisión no estaba prevista en ninguna disposición legal o reglamentaria ni tenía otros poderes que los puramente propositivos.

No es que a este comentarista le corra prisa tal mudanza porque, como parece notorio, formo parte de los que, incluso públicamente, se han manifestado en contra y, en uso de la respetable libertad democrática, había presentado entonces un voto particular en la comisión y por registro -que recibió la callada por respuesta- a favor de que en el caso de que desaparezcan los de un lado también es justo que lo hagan los del otro.

Como los hechos están ahí, uno propondría a la renovada Corporación una transacción que parece lógica, y es que si, como parece, la Corporación municipal no se ha atrevido a seguir adelante -insisto: han pasado cuatro años- déjense las cosas como están, que es lo que hicieron muchos ayuntamientos.

¿Por qué digo esto? Porque parece de justicia que, como acabo de apuntar, en el caso de seguir eliminando nombres estaríamos cometiendo un agravio comparativo, ya que continúan vigentes los del lado opuesto del espectro ideológico.

Nombres relacionados con los hechos que causaron tanto sufrimiento, muerte y destrucción a los ovetenses de cualquier signo político y que en el 34 se produjeron contra la legalidad republicana. Me refiero, por ejemplo, a las calles en recuerdo de Indalecio Prieto, Teodomiro Menéndez, Aida Lafuente, Purificación Tomás, Alcalde López Mulero y unos cuantos más. ¿Quiénes eran los buenos y quiénes los malos?... Cada cual pondrá los que considera suyos.

La tragedia afectó a todos. Y si queremos ejemplos nos los brinda este mismo mes: en él se cumple el 75.º aniversario de sendos episodios muy dramáticos en esta nuestra ciudad durante la Guerra Civil. El día 20 de febrero de 1937, a las seis de la tarde, el rector de la Universidad era fusilado en un patio de la prisión de Oviedo, después de recibir los últimos sacramentos de manos de don Benjamín Ortiz, magistral de la Catedral, quien comentó entre lágrimas: «Habéis matado a un santo». El enorme impacto de este hecho se difunde dentro y fuera de España.

Al día siguiente, empieza el mayor ataque contra la asediada capital del Principado -causando centenares de muertos y heridos en ambos bandos y en la población civil, más aún entre los sitiadores- y con el bombardeo intencionado del hospital, contra todas las convenciones internacionales, que ocasiona una verdadera matanza. Gigantesca ofensiva que, pese a su altísimo costo, al derroche de efectivos y a la precariedad de las defensas, no consiguió rendir la ciudad.

Los acontecimientos aquí desarrollados y los actos de heroísmo, de humanidad y aun de cobardía, por ambas partes, darían para películas bélicas de más intensidad que las de Hollywood. El oscurecimiento incomprensible de la gesta ovetense y la aparición de la ley de la Memoria Histórica me han movido a poner negro sobre blanco en mis dos últimos libros («Preludio de fuego» y «La ciudad indómita») la epopeya de un tiempo no tan lejano escrita por nuestros mayores que es inexcusable conocer, no sólo por la necesaria cultura histórica, sino para que nunca se vuelva a repetir.