Se levantó tranquilo, subió al escenario y el respetable respondió con un aplauso. Quizá muchos no sabían quién era aquel señor que al menos duplicaba en edad a muchos de los que estaban en el teatro Filarmónica en la entrega de los premios de la música asturiana. Luis Ibáñez recibía el reconocimiento del mundo de la música por su última aventura, que ya tiene quince años, el Aquasella, algo que empezó casi como una reunión de amigos que se juntaban cuando el Descenso del Sella para escuchar música electrónica y que se ha convertido en un referente nacional e internacional. El Aquasella ha pasado de mil participantes a más de 20.000, «y sin apoyo de las instituciones», aclaró Ibáñez en el escenario del Filarmónica.

La historia comenzó en Burgos, donde la familia ya tenía una discoteca, y llegó a Avilés en los años setenta. En La Luz, Villalegre, abrieron una sala los Ibáñez y unos años después, ya en los ochenta, se inventaron La Real, que abrió en Avilés y Santander. La idea cuajó y surgió la oportunidad de abrir en Oviedo. El Albert Hall, en la calle Cervantes, había quebrado y el juez dejó que se abriese de nuevo el negocio cambiando el nombre. Así se hizo. La marca se había acuñado en Avilés, pero en Oviedo se convirtió en historia de Asturias.

Una fecha, jueves 7 de marzo de 1991. El mismo año que el «Nevermind» de «Nirvana» descubría el «grunge» al mundo, en la calle Cervantes de Oviedo aquella noche se vivió la ceremonia del rock. Luis Ibáñez había dado a la ciudad el lujazo de poder ver en directo a «Los Ramones», años antes de que volviese a Oviedo para telonear a «U2».

Hay más nombres que subrayan la idea que Ibáñez tiene de una sala. La Real era algo más, mucho más, que una discoteca. Un mes antes que los del «Hey, ho, let's go», había estado en el mismo escenario Iggy Pop. Son sólo dos, pero hubo muchos más nombres internacionales y también nacionales. Pero Ibáñez, un tipo que siempre se dejó aconsejar y al que además le gusta colaborar y formar parte de lo que se mueve, porque si para algo tiene visión es para reconocer una tendencia que triunfará, también se involucraba en lo local. En La Real se celebró el primer concurso de música organizado por la Universidad de Oviedo, aquel que ganaron las «Undershakers».

A caballo entre los ochenta y los noventa, Ibáñez se cansó del rock, dio una vuelta de tuerca y la armó de nuevo. La Real, que cerraría en 2006, se convirtió en lugar de peregrinación de los mejores DJ del mundo. Cuando todo el mundo pensaba que la música electrónica era una cosa minoritaria de «bakaladeros», él apostó por la calidad y volvió a acertar.

Es de esas personas que saben lo que quiere el público antes que el propio público. Un vanguardista, dicen quienes lo conocen, un aventurero. Se añadiría que un hombre que, pese a que los años pasan, sigue siendo un chaval apasionado por la música, si no, no se entiende que fuese capaz de levantar el Aquasella, un macrofestival que tiene más nombre en Europa que en Asturias, porque aquí no se trata de trabajar con localismos, sino de ver mundo, de conocer lo que se mueve y de traerlo sin la esperanza de que el « establishment» lo entienda ni lo apoye, pero con el convencimiento de que esa idea peregrina de ponerse a pinchar en un «prau» puede cuajar. Ahora le han dado el «AMAS» honorífico, y casi que sabe a poco.