Los periodistas estamos acostumbrados a luchar contra los tópicos para acabar rindiéndonos ante ellos, porque suelen ser la síntesis de la sabiduría colectiva y luchar contra ellos equivale muchas veces a incurrir en extravagancia. Todos los tópicos se agolpan, pidiendo paso, en una esquina de la pantalla del ordenador ante una noticia como la muerte de José Vélez Abascal. Un mazazo sin duda, algo que te deja anonadado, sin respuesta. Pero el oficio y la amistad te obligan a darla. Y hay que recurrir a otro tópico, no menos certero: con él se va una institución del periodismo asturiano. Una auténtica institución. La Asociación de la Prensa de Oviedo le había otorgado este año su título de honor. Ya lo tenía in péctore desde hacía mucho tiempo.

Ante todo, con él se va un periodista. Siempre rechazó que le llamaran fotógrafo, no por menosprecio a esa dignísima profesión, sino por pura precisión. Él era un periodista gráfico, alguien que contaba noticias con la cámara. Y, más aún, un periodista a secas, porque tenía esa intuición especial que permite identificar lo que interesa a la gente. Había alcanzado esa condición a despecho de unas condiciones desfavorables, en una época difícil. No lo tuvo fácil de salida, pero su carácter determinado y, sobre todo, una extraordinaria inteligencia natural -que brillaba en sus metáforas, algunas deslumbrantes- le permitieron abrirse camino hasta lograr un estatus indiscutible. Pero si fue un triunfador en su oficio, lo fue ante todo por imperativo vocacional. Fue lo que quiso ser y lo fue hasta el final. La mejor prueba es que no se retiró nunca y que vivió hasta el último día con una cámara en la mano, siempre con la cabeza lista para captar el instante significativo.

Genio y figura, otro tópico, fue un ogro tierno, implacable con lo que le parecía mediocre y acomodaticio, crítico con lo que no le gustaba y exigente hasta el incordio, pero, a la vez, un buen compañero en el que los enfados no dejaban poso de rencor. Y tras repartirse a manos llenas, todavía reservó mucho de sí mismo, lo mejor, para darlo a su familia, lo más importante de su vida, como esposo ejemplar y padre cariñoso, siempre preocupado por ella. Su mujer, Aurora, admirable compañera durante tantos años, y sus hijas, María José, Eva, que hace tres días le había dado un nuevo nieto, el tercero, y Elena, periodista hoy en LA NUEVA ESPAÑA, el que fue el periódico de su vida, darán sin duda hoy ese testimonio entre el desgarro por una pérdida irreparable y el consuelo por haber compartido con él una vida plena.