Tres personas muy queridas en LA NUEVA ESPAÑA nos han dejado en menos de un mes. No hay palabras para expresar con la suficiente riqueza de matices el dolor y el enorme vacío que el fallecimiento de Juan Ramón Pérez Las Clotas, José María Felgueroso y José Vélez han causado en la redacción del periódico que fue su casa y su vida.

Pérez Las Clotas nos dejó huérfanos de su magisterio y su bonhomía. Con su palabra, siempre amable, su generosidad y su ejemplo nos inoculó lealtad a la cabecera, de la que fue director, nos contagió su amor al oficio y, lo que es aún más importante, nos enseñó a ver a las personas que viven y trabajan detrás de cada noticia. Tuve la fortuna de convivir con él durante algunos años en la redacción de Gijón, que frecuentó a diario mientras la salud se lo permitió, y de escuchar algunas de las mil y una anécdotas que su portentosa memoria atesoró hasta el final de sus días.

Sé, por tanto, de lo que escribo. No dejó de hacer periodismo, de compartir sus conocimientos y de enriquecernos a todos, ni siquiera cuando sus dedos dejaron de asistir a su lúcida cabeza ante la máquina de escribir.

Apenas repuestos, nos sobrecogió la muerte de José María Felgueroso, un periodista deportivo tan vocacional que sacó fuerzas de flaqueza cuando sus problemas de salud le ponían cuesta arriba desplazarse hasta El Requexón para contar el entrenamiento del Oviedo. Doy fe de que se resistió cuanto pudo a dejar de ser el cronista diario de su equipo, al que luego acompañó como articulista hasta el último aliento.

Y cuando aún lamentábamos su inesperada pérdida, con la conmovedora despedida de su hijo Nacho todavía fresca en nuestra memoria, recibimos un nuevo golpe, el tercero. José Vélez, el periodista gráfico más intuitivo y joven que yo conocía pese a los 81 años que hoy hubiera cumplido, nos dejó ayer, también sin previo aviso. Prueba de su vitalidad y su oficio es esta anécdota reciente: el día que cerramos el especial del 75.º aniversario de LA NUEVA ESPAÑA lo llamamos para que nos ayudara a precisar los pies de unas fotografías suyas que ilustraban algunas de las páginas. Era domingo, avanzada la tarde. «Voy para allá», dijo resuelto. Pocos minutos después entraba en la redacción hecho un pincel y dispuesto a darnos una lección de profesionalidad. Ése era Vélez.

Descansen en paz. Su enseñanza y su recuerdo pervivirán para siempre en grandes titulares entre quienes hacemos LA NUEVA ESPAÑA.