De pequeño pensaba que aquellas caras eran como las de los payasos de los carteles de circo. Luego sospeché, como todos, que el local tenía que ser una casa de putas, negocio donde algunos sitúan su origen. Ayer, a las nueve de la noche, localicé en Madrid a Luis Artime, que fue «Saco» cuando trabajaba de ilustrador y que antes, en 1970, abrió con Esteban Iglesias y Antonio Hernández el primer pub de Oviedo.

El éxito, cuenta, lo que hizo que el Picos provocara «un cambio sociológico» en la ciudad, tuvo que ver con que ninguno era empresario. «Sólo queríamos vivir bien y que nos pagasen las copas, y eso hizo que estuviéramos muy sueltos». Como no daba para montar una discoteca, diseñaron unos espacios que eran un cajón dentro de otro cajón. Pero el P 51, luego Picos, quiso tener un buen equipo de sonido para diferenciarse de las cafeterías. En la tienda de Pidal donde fueron a probar los equipos se les ocurrió que podía ser una buena idea poner poner tomas de sonido, cada una con sus auriculares y su potenciómetro, por el local. La genialidad, ideada para los «lobos solitarios» de la noche, llamó la atención hasta a la revista «Mundo Joven» de Íñigo, una especie de «Salut les copains» a la española. Hubo más.

La de llenar todo el local de moqueta, que hizo que todo el mundo se sentara por el suelo. La de fichar al pediatra Luis Amor para que los viernes, como en el Apolo de Harlem, hiciera allí sus audiciones comentadas de jazz. Editaban hasta un programa que se buzoneaba durante la semana por las casas de los aficionados. Por la tarde tenían estudiantes. Por las noches hasta médicos con la bata y la visa. «El problema era la provocación permanente que representábamos para Oviedo. Teníamos dinero y éramos guapos. Yo llegué a tener miedo».

De Luis Artime me había hablado Jaime Herrero, que algo más tarde, entre 1974 y 1975, se encargó de la reinauguración del Picos junto a Chus Quirós y Juan Cueto. Quirós se inventó lo de las caras. Entre los tres, en alguna cafetería del centro ante unos whiskies y con frases del tipo «Steinbeck de ninguna manera», decidieron que los cinco personajes del mural serían Marilyn, Einstein, Quevedo, Fray Luis de León y Herrerita. Juan Cueto dice que se trataba de mezclar «la masa con las élites». Jaime Herrero, que eran «las caretas de esos años, nuestra cultura».

En una fábrica en Gijón cortaron el poliuretano transparente de colores. Cuando lo montaron alguien gritó «¡algo pop!». Y Jaime tapó esos tonos chillones con unas planchas de hierro forjado agujereado y difuminadas con líneas de colores. «El efecto era muy guapo», dice ahora. Debió de ser el primer mural exterior de los que se montaron en Asturias. Único en su especie. Ahora ya no tiene iluminación y el hierro está muy deteriorado. Exige una reparación, pero, al menos, es de los pocos que Jaime Herrero conserva en la ciudad, junto al de la Caja Rural de General Yagüe, que restauró hace poco.

El nuevo Picos siguió siendo un éxito. Cueto, Herrero, Quirós y compañía siguieron poniendo en marcha proyectos de todo tipo. «Pensábamos que éramos el motor de algo, pero no, creo que sólo éramos el motor de nosotros mismos». «La verdad», sigue Jaime Herrero, «es que los setenta tuvieron una gran movilidad. Teníamos la mejor sala de fiestas, el Faust; el mejor pub, el Picos; los multicines, el mejor cine de arte y ensayo, el Palladium, y movimientos como Tribuna, con todos los actos llenos. Todo auguraba mejores tiempos que los que tenemos. El retroceso fue grande. Hasta los godos». ¿Cuando murió el sueño? «Cuando no tuvimos una generación detrás, cuando con las primeras patas de gallo nos dimos cuenta de que estábamos solos».