«Yo desentorollé el Torollu». Ese fue el grito de guerra de Severino García Vigón el día que se conoció el contenido del dictamen del Consejo Consultivo y que Roberto Sánchez Ramos, concejal ahora de IU, y entonces de Asciz, denunció el «pelotazo» que habría pegado el presidente de la Fade.

García Vigón detalló ese día cómo en los años ochenta la que entonces era su empresa, Energía Astur, había planteado la posibilidad de hacer allí un almacén de butano. El proyecto nunca se llevó a cabo. En su lugar, los ecologistas empezaron a exigir que se preservara aquel lugar.

La laguna del Torollu era, es, una especie de oasis natural en medio de Oviedo: un humedal de origen artificial, una aliseda pantanosa y una carbayeda. La aliseda pantanosa constituye el elemento más interesante de todo el conjunto, un hábitat donde abundan aves como la curruca capirotada, el chochín o el petirrojo.

A pesar de las peticiones de protección especial solicitadas por los grupos ecologistas, la laguna del Torollu no llegó nunca a tener ningún tipo de protección porque, en realidad, nunca llegó a estar en manos municipales. La denuncia de uno de los propietarios que no había participado en la permuta paralizó el acuerdo con Vigón. Desde entonces, juicio tras juicio, el humedal ha seguido, impasible, contemplando cómo las sentencias daban la razón a los Álvarez-Santullano como propietarios de «La Huelgona» y representados por el abogado Luis Carlos Albo.