El domingo 11 de diciembre de 1988 José Vélez salió disparado desde Oviedo para el pueblo de Ortiguero, en Cabrales. El alcalde, Arturo Coro, había sido acribillado a balazos a la puerta de su casa. Cuando Vélez llegó al domicilio, su cuerpo seguía allí tendido, en el umbral de la puerta. La cámara, una instantánea muy probablemente de urgencia, captó, como pocas veces se logra, una imagen de crónica de sucesos con una fuerza terrible.

Quizá porque Vélez dispara desde el punto de vista del asesino, porque la sangre, como pedía Aristóteles, está fuera de escena y sólo asoman los pies del muerto, puede que, también, por ese encuadre algo agitado, que corta parcialmente al hombre de la derecha, sexto personaje en la composición que descompensa el cuadro e introduce la tensión dramática propia de la muerte.

No es fácil hacer fotos en los sucesos. La del asesinato de Arturo Coro tomada por José Vélez es, posiblemente, una de las mejores de su autor en esta categoría. Pero Vélez, posiblemente el primer reportero gráfico que mereció tal calificativo en Asturias, por la forma en que transcendió su trabajo de fotógrafo, desplegó este instinto para el arte y la noticia en todos los ámbitos.

Porque el oficio constante de José Vélez, fallecido recientemente, la víspera de su 81.º cumpleaños, le permitió ser el testigo fiel del cambio de la sociedad asturiana en los últimos sesenta años. Son, en su mayor parte, fotografías de periodista, pensadas para ilustrar la noticia. Pero son, también, recortes de la realidad que no evitan la mirada intrépida, que buscan un ángulo distinto, que no rechazan una interrupción en el foco si aporta sentido o amplía los significados.

Fotografiar a Orlando Pelayo, una personalidad en sí misma, un rostro importante, y hacerlo contra un muro de la Catedral en el que tampoco el templo cobra importancia y sí la pintada en letras grandes: «Libertá para los que toman algo», es intrépido.

También fotografiar la industria siderúrgica de La Felguera antes de su desmantelamiento y buscar el encuadre en el que unas bragas puestas a secar en el tendal se cuelan por la parte superior de la fotografía como el anuncio de lo que va a ser retirado de forma inevitable o como el absurdo contraste entre dos realidades quizá irreconciliables.

La huella artística en la mirada de Vélez es innegable. Tenía fuerza al encuadrar y valentía para evitar la composición fácil y bonita y arriesgarse con la difícil y de belleza rara. Pero lo hacía, o al menos eso es lo que dicen sus fotografías, lo que transmiten, de una forma natural. Sin darse la importancia del genio creador, pero con la sinceridad del periodista, obligado a dejar constancia y a hacerlo del mejor modo posible.

Es, por volver a Aristóteles, como aquella reflexión acerca de que la poesía es más filosófica que la historia, pues esta última cuenta las cosas que pasaron y la primera las que pudieron o debieron haber sucedido. En ese sentido, las imágenes de Vélez cuentan lo que sucedió pero meten una poesía que multiplica los significados y transciende esa realidad, eleva a varias potencias más el poder ya de por sí evocador de toda instantánea.

Ahí está, por ejemplo, esa imagen de un joven Gabino de Lorenzo, esperando su turno para ser alcalde de Oviedo, como escribió el compañero de Vélez, Juan de Lillo, en el pie de foto en el libro «Memoria de nuestro tiempo», de estos dos autores, editado por Cajastur. En esa fotografía, Gabino de Lorenzo no tiene todavía la seguridad y la mirada que le darían media vida en la Alcaldía. Está inquieto. Trata de aparentar seriedad, encuadrado hacia un lado y con un taco de expedientes al otro. Como esperando un turno en el que no se sabe qué noticias se recibirán.

Esta selección de fotografías no abarca toda la producción de la obra de José Vélez. Su mirada incansable trabajó hasta el último día. Desde los tiempos de «Región» y LA NUEVA ESPAÑA hasta su «Hora de Asturias», donde siguió al pie del cañón, siempre preparado.