Una escena que define a la persona. Pasan las once de la mañana del 29-M, un «megapiquete» de 200 sindicalistas acaba de cerrar el Calatrava y se dirige a la calle Valentín Masip. En el tránsito encuentran abierta una farmacia, dos cafeterías y una panadería. Un sindicalista de los de libro increpa a la panadera. Un policía nacional advierte, «increpar sí, insultar no» y la cosa se tensa. El «hombrón» no hace caso al agente de la autoridad. En el barullo aparecen más policías y entre ellos una mujer pequeña «decorada» con pegatinas de CC OO. El hombre mira con recelo a los antidisturbios. A sus espaldas uno de ellos saca el «tolete» de la furgoneta. Se envalentona el paisano y la panadera no se amilana. «Déjala, mujer, que trabaje tranquila», dice la mujer pequeña que se ha colado entre el tumulto, «vámonos de aquí». El sindicalista se da la vuelta, obedece, un metro noventa de paisano que acata sin rechistar lo que le dice una mujer pequeñina y galana.

Virginia Palacios dirigió el jueves el recorrido de los piquetes por Oviedo, y es mucho decir cuando se habla de una huelga general y de enfrentarse al Gobierno. Las dos únicas cargas policiales del día, anecdóticas, nada tenían que ver ni con piquetes ni con sindicatos convocantes. Que la cosa se podía haber ido de madre está claro, pasó en otras ciudades. Que buena parte de la responsabilidad de que no ocurriese la tiene esta madrileña asistente social de Telefónica lo dudan muy pocos.

Virginia Palacios es sindicalista pero no «sindicalera». Es de los duros, de los que nunca pierden una batalla porque se arman de argumentos. Sus tesis huyen de la demagogia y se cargan de verdades, al menos desde su punto de vista. No miente, porque para mentir has de usar artimañazas y saber que lo que dices no es la verdad en la que crees.

En tiempos como los del jueves, con tensión social, Virginia Palacios aporta serenidad y argumentos. Ella es la que arma a los demás de razones, que luego las sepan utilizar o no es otra cuestión.

Lo mamó desde cría, cuando los sindicatos en los que militaron su padre y su abuelo eran uno de los pocos refugios de la libertad.

Está en Comisiones Obreras y dirige la organización en Oviedo, territorio hostil por aquello de que la derecha lleva gobernando más de dos décadas, y lo hace sin una voz por encima de otra. No es de gritar, es de explicar y eso lo agradecen sus compañeros. Algunos la tacharán de blanda en las formas pero no la hay más dura en el fondo.

Es capaz de mover un piquete en el que hay exaltados, antisistema, camisas viejas de la lucha obrera, chavales con ganas de «armala» y asturianos de a pie que se han sumado a la marcha. Y para lograr que esa amalgama no explote, incluso internamente, hace falta mucha, pero que mucha calma y mucha convicción para poder convencer que las formas, las buenas, son tan importantes como el fondo, que la manera de defender un argumento puede ser tan importante como el argumento mismo.