Ch. NEIRA

Público creciente, palmas y laurel, niños engalanados, gafas de sol y pañoleta, cigarro a la puerta del templo, la plaza de la Catedral congregó ayer en hora algo temprana, once y cuarto, a un buen número de fieles para la bendición de los ramos, la posterior procesión y, finalmente, la misa del Domingo de Ramos.

A pesar de que el arzobispo Jesús Sanz Montes habló en algún momento de la jornada de la incertidumbre meteorológica, el de Ramos de ayer fue un domingo correcto con la tradición de poner a los niños de estreno y lucir palmas y ramos engalanados. Es decir, no llovió. Hizo sol. Bastante.

En el patio de entrada a San Tirso esperaban los miembros de la Corporación municipal, con especial representación de populares (todos), menos de Foro (tres), escasos del PSOE (dos) y ausencia de IU (ninguno). Dentro del templo Sanz Montes hizo la bendición y salió a la puerta del templo para bendecir al grupo de niños congregados ante San Tirso con sus ramos.

A la breve ceremonia siguió la tradicional procesión alrededor de la plaza y toda la comitiva acabó dentro de la Catedral para celebrar la misa solemne del Domingo de Ramos. En la homilía, Sanz Montes glosó la historia de Jesucristo, su llegada a Jerusalén y todo su anterior peregrinar, «llevando a sus espaldas tango signos ordinarios como extraordinarios, para entrar en la ciudad «no en el corcel del guerrero ni por la puerta de atrás como los malhechores, sino en una borriquilla». Sanz comparó la «entrada de Dios en la ciudad Santa» con la «entrada de nuevo de Dios a nuestras vidas» en un «Domingo para estrenar».

Con ese lema como estribillo poético, el arzobispo lamentó la inercia de presentarse ante la Semana Santa sin voluntad de estrenar nada, contemplando estas fechas, explicó, «como la repetición cansina de ritos y escenarios». Pero frente al «porque tocaba», que comparó con la inercia de la Navidad, Sanz Montes pidió que este tiempo de «torrija y saeta» sea vivido con la seguridad de que «aunque el paisaje puede ser el mismo, los que lo contemplamos hemos cambiado porque un año no pasa en balde». Con esa idea, la de pensar en lo vivido y lo pasado, pidió el arzobispo que se celebre la Semana Santa, con la llamada a «la novedad de un Dios que no aburre y que jamás se repite». Así, se despidió, «ojalá tengamos ojos para ver, reconocer y celebrar».