Como el tiempo vuela, ya están aquí los días largos, y más a base de caciplar en el calendario para cambiar la hora, y vamos quemando etapas forzosas del año, con las palmas y los ramos en su día, aunque ahora ya apenas se ven por los balcones, porque apenas hay balcones. Este jueves último, clásico en el Fontán para la venta de ramos y palmas, estuvo la cosa desangelada, porque no había mercado propiamente dicho, del menguado que nos queda, y también porque ahora las palmas las venden en los supermercados, que no es lo mismo.

Se presentó en marzo, el 8, día de la mujer, que antes era de la mujer trabajadora y ahora es de la mujer a secas, porque se cuenta con que somos trabajadoras incluso aunque no tengamos trabajo, un libro sobre el callejero femenino de Oviedo obra de Isabel Antón. Es algo que estaba sin recoger y que visto en conjunto pone en evidencia la parca cosecha de ese callejero en la ciudad. Se recogen 31 nombres femeninos, de los cuales no todos se refieren a mujeres de carne y hueso, pues algunas son santas, mujeres superiores, y otras son de papel, personajes literarios de Clarín o Pérez de Ayala, además de un par de heroínas olvidas de la francesada, Joaquina Bobela y María Andayón. Y se da el caso de que con Angustias Pinto y doña Iluminada no está su autor, Ramón Pérez de Ayala, que como es bien sabido no tiene calle en Oviedo, ya que la que hay con ese nombre, camino del Auditorio, antes Depósito de Aguas, está dedicada a su tío, que fue alcalde de Oviedo e intervino activamente en la traída de aguas.

Hay calles de mujeres difuntas en general, y en este momento, según mi repaso, sólo tienen calle, de entre las vivas, Purita de la Riva, Palmira Villa, Diamantina Rodríguez y Josefina Argüelles, todos nombres muy bien dados, pero a todas luces insuficientes, por el desequilibrio que representan con respecto al callejero de nombres masculinos.

No faltan en la ciudad mujeres, muertas y vivas, con merecimientos para tener calle.

Siendo como es Oviedo ciudad singular que ha de luchar por mantener su identidad, actualmente en severo peligro como consecuencia de la desaparición, no paulatina, del aspecto de siempre de calles y locales comerciales, disfrazados sin remedio, conviene un poco de memoria.

Lo de los bajos comerciales de Oviedo da para mucho, porque entre masacres varias se perdieron muchos, casi todos los locales comerciales de Oviedo, algunos con muchísima personalidad y mérito, a cambio de nada. De entre tanto perdido se me viene a la memoria el local de lo que fue «5 Precios», en la calle San Juan, obra de Somolinos, ya borrado del mapa, por no hacer el réquiem de lo mucho perdido de Chus Quirós o de la decoración del Kopín en doctor Casal, con un relieve de azulejo de Paulino Vicente hijo que emergió pidiendo socorro en la última reforma, para ser ocultado de nuevo.

Tengo a mano un libro recién publicado por Septem y coordinado por Ana María Fernández, profesora de arte de la Universidad, en el que destaca la colaboración entre la investigación y la vida cotidiana reciente de un Oviedo perdido sin remedio, en el que los talleres de decoración que proliferaron por la ciudad dándole vida y esperanza cerraron y se olvidaron. Establecimientos como Casa Viena o las inconfundibles creaciones de José Antonio Menéndez Hevia daban a Oviedo un tono que ya no tiene, como lo daban Del Río o Montes, o Funcional, u otros muchos establecimientos que, en parte con creaciones propias y en parte con la pericia de sus gestores, nos permitieron llevar a casa piezas únicas, de las que pueden pasar de generación en generación.

Van pasando los días en esta temporada en la que da miedo coger el teléfono o abrir los periódicos, porque allí se agazapan las negras noticias de la muerte de los amigos, en nómina creciente que nos deja cada vez más huérfanos, necesitados de sus consejos y su cercanía, y así ocurrió en los días en los que se despidió el invierno para dar paso a la primavera, con las mayinas florecidas en los prados, cuando Vélez nos dejó sin aviso.

Estoy unida al dolor de los suyos y no tuve hasta ahora el ánimo de escribir sobre su ausencia irreparable. Los que le conocimos, yo de toda la vida, sabemos cómo era; los que no le conocieron pueden hacerse una idea a través de su extraordinario legado fotográfico, en el que el objetivo de la cámara se enriquece con el ojo experto del artista. Yo pediría una exposición del Oviedo de Vélez, por el bien de la ciudad.