Los Álamos es el lugar de la calle de Uría o del Campo, que ambos lo comparten amorosamente, en el que el Campo se civiliza, se domestica, convertido en parque, y allí es donde el asfalto lo hiere por primera vez.

Cuando en 1874 se abre la calle de Uría, en gran parte por el terreno propio del viejo Campo, se decide hacer, en lo que será uno de sus nuevos límites, un paseo, que sufrirá diversas reformas y cambios de nombre a lo largo de sus casi 140 años de vida.

Este nombre, paseo de los Álamos, es el más antiguo y el más propio, ya que le viene de los árboles que allí se plantaron para hacer el bulevar, para pasear, hacia allá y hacia acá, con el camino partido por la hilera de árboles que, bien orientada, creció rápidamente y para fin de siglo ya tenía un aspecto medianamente frondoso.

El paseo cambió varias veces de aspecto y de nombre. Sin embargo, afortunadamente, nunca perdió el atractivo de borde soleado de un frondoso parque, que lo singulariza. Los Álamos, con la Escandalera y la plazuela de Riego son los tres lugares que tradicionalmente cambiaron de aspecto con cada nueva Corporación municipal. En general fueron reformas pequeñas, combinaciones sobre escasos elementos que, a base de parterres, fuentes y árboles, bailando de un sitio a otro por el espacio, demostrasen a los ovetenses los pujos decoradores de los ediles de turno.

El paseo de Los Álamos sufrió una primera reforma importante hacia 1925, cuando se tala la fila intermedia de árboles, los hermosos álamos que le daban nombre, dejando así un ancho paseo. A partir de esta reforma, perdidos los álamos, empieza a llamarse oficialmente paseo del Príncipe Alfonso, que era por entonces el príncipe de Asturias. Sin arraigar este nombre en los ovetenses, en 1931 se cambia la placa por otra, dedicada esta vez a Pablo Iglesias en un rasgo de repentización política que seguirá con un nuevo cambio para llamar a los Álamos paseo de José Antonio. El 11 de febrero de 1937 el Ayuntamiento decide «dar el nombre de José Antonio Primo de Rivera, inspirador y alma de la Falange Española» a una plaza llamada de los Caídos que estaba proyectada. Dicha plaza, que por entonces era campo libre, cercana al de maniobras y al camino del Cristo de las Cadenas por la prolongación de Santa Cruz, que pasó luego a llamarse Calvo Sotelo, no se urbanizó hasta años más tarde, y así, el Ayuntamiento, con prisas de homenajear al fundador de la Falange, da su nombre al clásico paseo de los Álamos en 1938 y propone que la plaza que pensaban dedicarle pase a llamarse Ruiz de Alda, que se quedó sin ella para proponer el nombre de los Caídos y, por fin, se urbanizó con el nombre de plaza de la Gesta, que conserva. Quedó así el nombre de José Antonio para el centenario paseo de los Álamos, que sigue llamándose, recuperando ahora oficialmente como se llamó siempre, en recuerdo de aquellos primeros álamos que le dieron carácter, perpetuados por otros de la misma especie que se plantaron hacia 1950.

Los Álamos es lugar de paseo por excelencia. En los buenos tiempos, en los años treinta del siglo XX, antes del incendio de Uría, cuando la calle tenía toda la armonía de que fue capaz, los paseos se fundían en uno y los paseantes, superadas en gran parte las barreras sociales de los primeros años, lo desbordan y comparten.

El paseo de los Álamos y su vida social no pasaron inadvertidos a los escritores y citaremos, por expresivo, el pasaje que le dedica Francisco García Pavón, que lo conoció en buenos tiempos, cuando hizo aquí el servicio militar, y lo reflejó en su novela «Cerca de Oviedo», donde habla de cómo las chicas ovetenses paseaban tan frenéticas arriba y abajo, una y otra vez, que acababan por gastar sus piernas, y pisaban ya con las rodillas. Esto no gustó en Oviedo, tan susceptible siempre de su tratamiento literario, pero tiene su gracia impertinente.

Dolores Medio, que no suele mostrar en sus novelas simpatía especial hacia Uría -«una calle joven, casi recién nacida, sin personalidad, una calle que nada tenía que ver con las viejas calles de la dormida Vetusta», dice en «Nosotros, los Rivero», e insiste, para referirse a la calle restaurada tras la guerra, «una avenida recta. Flanqueada por edificios modernos, le ofrecía la perspectiva de una ciudad vulgar, estandarizada»-, se anima en el paseo de los Álamos: «Viejo paseo de los Álamos... Toda la historia de una generación, de una ciudad, se encerraba en estas palabras... Ancho paseo sombreado y recogido entre los álamos que le daban su nombre. Una apretada hilera le partía en dos avenidas de ida y de regreso, por la que paseaban las señoritas». Se refiere al aspecto del paseo antes de la tala del 25.

Al hilo de las múltiples reformas del paseo dice José Francés, en «Madre Asturias», bajo el título «Responso a los Álamos de Oviedo»: «Clarín amaba entrañablemente los álamos de su Vetusta. Hasta hace veinte años, decir "los Álamos" en Oviedo era como aclarar de afable ternura nuestro pensamiento. Ahora esas dos palabras dejan un sabor ácido en los labios que las pronuncian. Las asesinaron la dendrofobia contumaz del Gran Maestre de los Arboricidios españoles y la cursilería edilicia de los innovadores parcos de perspectiva. Y al desaparecer aquéllos, uno de los más deleitosos lugares ovetenses perdió su encanto peculiar... El jardinero y arboricida mayor de Madrid (que fue llamado por el Ayuntamiento de Oviedo para transformar el paseo) supuso que aquellos próceres álamos estorbaban con su rural catadura al señorío moderno de la ciudad. Él dice que no odia los árboles, pero ama los jardines cursis que el sol calcina, los jarrones cursis que llaman decorativos...». No sabemos quién sería por entonces el jardinero mayor de Madrid, pero está claro que Francés echaba de menos nuestros álamos. Como nosotros.