El domingo, a la una, observé un movimiento inusitado de gente y coches atascados entre las calles Fuertes Acevedo, Valentín Andrés y el Cristo; se trataba de opositores a ordenanza de la Universidad, gente dispuesta a supervisar y custodiar el mobiliario, máquinas, instalaciones y locales de las Facultades; dar cuenta de los desperfectos, custodiar las llaves, abrir y cerrar las puertas que correspondan en los horarios consiguientes, y recoger y distribuir la correspondencia y documentación. Muchos de los que se presentaron son licenciados que, además, hicieron cursos de posgrado; por eso, confío en la habilidad del tribunal para que los identifiquen y los rechacen; esas ofertas personales, esas rebajas aparentes de autoestima, son temerarias, y, de la misma manera que no conviene gente incompetente, aún es peor la frustrada que sabe demasiado.