Elena FERNÁNDEZ-PELLO

Fernando Rubio Bardón, párroco de San Juan el Real durante los últimos 51 años, falleció ayer por la mañana tras meses de combate con la enfermedad. El sacerdote, leonés de nacimiento e hijo adoptivo de Oviedo por merecimiento, asumió la rehabilitación de la céntrica parroquia, que recibió en un estado muy precario en la década de los sesenta, y en ella se entregó al consuelo de los feligreses más necesitados. Pobres y enfermos fueron sus predilectos. Hoy, a la una y cuarto de la tarde, se celebrará el funeral por su eterno descanso en la iglesia a la que dedicó su vida. La ceremonia será presidida por el arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes, y podrá seguirse desde el exterior, desde la plaza que la ciudad dedicó al cura de San Juan, a través de pantallas de televisión y megafonía. Los restos mortales de Fernando Rubio, de 80 años, serán incinerados y sus cenizas serán depositadas en el columbario de la capilla de San José, que él impulsó y en el que tenía un nicho reservado desde el año 2000.

Fernando Rubio (Llamas de Laciana, León, 1931) nació en una familia de hondas convicciones religiosas. Tuvo seis hermanos, de los que le sobreviven el misionero agustino Pedro, Gregorio y Pepa, siempre a su lado en estos últimos meses. Se formó como sacerdote en los seminarios de Valdediós y Oviedo, y obtuvo la licencia en Derecho Canónico por la Universidad Pontificia de Comillas. Fue coadjutor en la parroquia de Santa María Magdalena de Ribadesella y encargado de la parroquia de Santianes del Agua, en el mismo concejo. El 13 de julio de 1961 se incorporó a San Juan el Real como párroco, tras haber superado un concurso general de curatos, equiparable a unas oposiciones.

Desde entonces se dedicó a devolver el lustre a una iglesia que recibió muy deteriorada, plagada de goteras e infestada de ratas, y a revitalizar la comunidad parroquial. En 1969 inauguró el edificio parroquial de Fray Ceferino, donde a lo largo de los años, además del grupo de Cáritas, ha tenido cabida un sinfín de asociaciones e iniciativas solidarias. En su día albergó una guardería, el Teléfono de la Esperanza, es la sede a Alcohólicos Anónimos, asociaciones de comedores compulsivos, ludópatas y cocainómanos, y una residencia para ancianas. En el edificio de Fray Ceferino tenía su hogar Fernando Rubio.

Álvaro Iglesias, coadjutor de San Juan el Real, asistió a su párroco en las labores sacerdotales durante los últimos 42 años. Ayer al mediodía, y a pesar de ser consciente de que el estado de salud de su amigo era irreversible, Iglesias se declaraba «descolocado» por su fallecimiento. «Era un hombre bueno», dijo, «que supo vivir su vocación entregándose a los demás. Los pobres y los enfermos eran su obsesión». «Participaba de las penas y alegrías de sus feligreses», añadió.

Álvaro Iglesias refirió que el párroco de San Juan había fallecido a las nueve y media de la mañana. «Murió como vivió, con paz interior y sabiendo que moría. Tuvo oportunidad de recibir la unción de enfermos, hace ya un tiempo, y yo le traía la comunión». A pesar de su fe, Álvaro Iglesias reconoce que el trago es amargo. «Se va una presencia grande. Que rece por nosotros», añadió.

El alcalde de Oviedo, Agustín Iglesias Caunedo, ayer de viaje, se refirió a Fernando Rubio como «un ovetense de pasión y de convicción», «una persona», agregó, «que ya figura en la historia de Oviedo, una gran pérdida y un referente por sus creencias y por lo consecuente que era con ellas». «Fue testigo del cambio que se operó en el centro de la ciudad, de cómo San Juan pasó de ser la parroquia elegante del centro a una parroquia con sus propias necesidades», comentó.

Por la capilla ardiente de Fernando Rubio -don Fernando, como llanamente se referían a él sus parroquianos- pasaron a lo largo del día de ayer autoridades y personalidades ovetenses de toda índole, desde la Corporación municipal en pleno -en la foto y con la única salvedad del Alcalde, ayer fuera de Oviedo- al presidente del Centro Asturiano, Alfredo Canteli. El velatorio se celebró en la capilla de la casa sacerdotal, en Fray Ceferino, donde residía el sacerdote.