La Escandalera es una plaza que no nació para tal y que fue haciéndose de retales, como consecuencia de las sucesivas transformaciones del Oviedo nuevo que surgía a fines del siglo XIX. Hasta entonces, lo que luego se llamó con tan curioso nombre era parte del Campo San Francisco, que por allí se prolongaba para acercarse a la huerta de las franciscanas que habitaban el convento de Santa Clara.

Era lo que luego fue la Escandalera la parte del Campo más cercana a la ciudad, a la que se llegaba por el campo de la Lana o la calle de San Francisco, llamada antiguamente Rúa Francisca, siempre unida a su condición de camino natural entre el Campo y el convento franciscano y las reliquias de la catedral del Salvador, meta ovetense de las peregrinaciones. También este camino se llamó tradicionalmente del Campo, simplemente por ser ése su final, fuera ya de la ciudad.

Sin cambios durante siglos, en los últimos 120 años va a sufrir este espacio múltiples transformaciones que le llevan a su estado actual, perdida ya en cierto modo su condición de centro por antonomasia, pero conservando rasgos muy característicos de su progresiva transformación, testigos todos de su primera intención como plaza, «mayor» si cabe, bulliciosa y comercial, centro de todas las reuniones ciudadanas y de su letargo actual, como «city», con todos los bajos comerciales de antaño convertidos en bancos y compañías de seguros que fuera de las horas de la mañana dan una tristeza especial a los lugares en los que se asientan, perdida así la vida natural.

Cuando, por la necesidad de abrir una larga calle hacia la estación de ferrocarril, nace Uría, entre el viejo convento de San Francisco y la proyectada estación, no hay idea clara del destino de lo que de campo y huerta pasará a ser terreno urbanizable primero y luego urbanizado. En el nuevo trazado de Uría, mirando hacia la estación, a la derecha, hay dos grandes construcciones que vuelven su espalda a ella, abiertas desde antes en la calle de las Dueñas. Son la fábrica y fundición La Amistad y el cuartel de Milicias. Antes de llegar allí, un buen espacio arbolado, con el terreno en declive, como toda la zona, en el que destacan dos edificios: la cárcel Galera y la capilla de Santa María del Campo. Estaban justamente en lo que ahora es la plaza de la Escandalera, pero en aquel momento no había plaza ni proyecto de tal, hasta el punto de que en 1869 se propone parcelar todo el espacio y Tomás de Fábrega propone un proyecto en el que se distribuye el lugar geométricamente parcelándolo en nueve solares irregulares que formarían, de haber prosperado la propuesta, un tapón entre Uría y la ya proyectada Fruela.

Ya hemos mencionado que por allí estaba, en lo que ahora es la esquina entre la plaza y Argüelles, la cárcel Galera, llamada también hospital-galera, para mujeres. Este establecimiento estaba allí, extramuros aunque no lejos de la cárcel de La Fortaleza, intramuros, y surge por idea del regente de la Audiencia marqués de Risco, que propone su construcción en 1738. Su verdadero impulsor fue el obispo don Agustín González Pisador, que donó 50.000 reales para la construcción de la planta baja, en 1776, con el fin de recluir a «mujeres de vida licenciosa», en palabras de Madoz. Allí recluían también a las que habían cometido delitos menores, ya que las que tenían condenas largas eran enviadas a la prisión de Valladolid. Dado que en Asturias había pocas cárceles para mujeres, la mayoría de las asturianas se alojaban aquí. El edificio tenía buenos ventanales, con refuerzos de piedra, y por ello estaba bien ventilado, pero tenía mucha humedad, por pasar cerca el arroyo de las aguas de toda la parte alta. Por ello, y por su mala distribución, propone el regente don Lorenzo Gota edificar una nueva planta, mejor distribuida y más sana, lo que se hace con donativos de algunos ovetenses sensibilizados con la miseria de las pobres mujeres que malvivían en la Galera. Esta nueva planta se terminó en 1832 y los datos y las fechas de su construcción fueron esculpidos en una lápida que coronaba la fachada principal hasta su demolición y que ahora se conserva, como tantas ruinas de nuestro pasado reciente, en el Museo Arqueológico. Dice así la lápida: «Para reclusión y corrección de mujeres, el ilustrísimo señor obispo Pisador fabricó el piso bajo, año 1776. La Real Asociación de Caridad el alto, 1832».

Este edificio, que todavía calentaba al sol de mediodía sus ruinas en el primer tercio del siglo XX, respondía en lo externo a la traza de muchos otros de la Asturias de su tiempo, armonizando bien la primera planta, la más antigua, con la segunda, separadas en su construcción por más de cincuenta años. La fachada, muy del XVIII asturiano, con puerta reforzada y balcón principal sobre ella, con los muros encalados, escondía con empaque casi palaciego su triste cometido y lo inadecuado de su interior, que, según Canella, «resulta mal distribuido y poco a propósito para su objeto».

Resulta evidente que si la ciudad quería un lugar para cárcel y asilo de mujeres, que de todo era, no querría que este lugar estuviese en espacio céntrico ni que tomase lo que los ovetenses querían para su esparcimiento. Si, de paso, el edificio se amplía y adecenta, con mayor o menor fortuna, con dinero de aportaciones particulares, se hacía contando con que la obra durase allí. Todo esto nos hace suponer que nadie preveía en la primera mitad del siglo XIX que el Oviedo nuevo crecería y se haría moderno y atractivo para el gusto nuevo precisamente por aquella zona y que todos aquellos lugares, arbolados, húmedos y medio salvajes, serían no muchos años después el nuevo espacio apetecido por las nuevas clases sociales adineradas y, en definitiva, el motivo de admiración de todos los ovetenses, que asistían encantados a la metamorfosis de la vieja ciudad milenaria, que quería ser un París de juguete.