Chus NEIRA

Él no lo llamó nunca con ese nombre, inteligencia artificial, pero al científico británico Alan Turing (1912-1954) se le debe el test que lleva su apellido para distinguir a un ser humano de una máquina en un intercambio de signos a través de cualquier medio. El procedimiento es muy sencillo y dice que en caso de duda, si no se puede saber si al otro lado hay una máquina o un humano, es que se trata de una persona. «Pero hoy las máquinas tienen cada vez más fácil pasar el test de Turing», lamentó ayer en la Escuela de Informática Juan José Moreno-Navarro, catedrático de Lenguajes y Sistemas Informáticos en la Politécnica de Madrid y presidente de la Sociedad Española de Ingeniería del Software. Y no sólo porque los programas son cada vez más inteligentes, sino también porque «los humanos somos más tontos».

El ejemplo lo había puesto con la habitual felicitación de cumpleaños de Facebook, que un programa puede emitir desde nuestra cuenta a nuestros contactos, variando fórmulas y sin hacerlo siempre a la misma hora, de forma que el que lo recibe nunca sospechará que es una máquina. «Pero, claro, el problema es que antes para felicitar un cumpleaños escribíamos dos folios a mano y no un mensaje de dos líneas», concluyó.

La anécdota ilustra, de alguna forma, la base del pensamiento de Alan Turing, del que se celebra este año el centenario de su nacimiento y a cuya vida y obra dedicó ayer la charla Moreno-Navarro. Porque Turing, padre de la computación, de la informática, científico clave en la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial gracias a su diseño en Bletchley Park de «La Bomba», la máquina que logró desencriptar los mensajes que cifraba la máquina nazi «Enigma», sostenía que «un hombre que tenga papel, lápiz y goma de borrar, y esté sujeto a una disciplina estricta, es una máquina universal».

Las «máquinas» de Turing, la base de su pensamiento, eran en principio planteamientos abstractos de computación, aunque Turing -Moreno-Navarro también lo dejó claro- llegó a participar en el diseño de computadoras reales, como el «ACE», algo anteriores al que está considerado el primer ordenador de la historia.

Su vida, como resumió Moreno-Navarro, es de película y, de hecho, Hollywood ya estaría trabajando en la cinta correspondiente al cumplirse los cien años de su nacimiento. A los ingredientes propios de las películas científicas, las de espías, de la Segunda Guerra Mundial y demás, añade un final enigmático, dramático y a la altura del personaje. Turing denunció en 1952 que le habían robado en casa y que el ladrón era su pareja, otro hombre. La homosexualidad estaba entonces prohibida en Reino Unido y Turing fue detenido, acusado y enfrentado a dos opciones: o un año de prisión o una terapia hormonal. Eligió la segunda opción para poder seguir trabajando con el Gobierno. Sin embargo, algo más tarde moría al morder una manzana rociada con cianuro de potasio. La versión oficial dice que fue un suicidio en el que homenajeó su cuento preferido, «Blancanieves y los siete enanitos». Las teorías de la conspiración insisten en que Turing «sabía demasiado», el escándalo sexual le había debilitado y los servicios secretos se lo cargaron. Cien años después de su nacimiento, a pesar de que sólo es un rumor que Apple siempre ha negado, se dice que el logotipo de la compañía que fundó Steve Jobs rinde homenaje a su vida y a la forma en que murió.

El verdadero homenaje se lo brindó en todo caso Moreno-Navarro, presentado ayer por Vicente Gotor, junto al director de la Escuela, José Emilio Labra, al sector informático en España, que ocupa ya en investigación mundial, citó, el séptimo lugar, crece un 1 por ciento en época de recesión, no tiene prácticamente paro y ofrece salarios muy por encima de la media.