Durante algunos años, la plaza de la Escandalera combinó este nombre con el de Veintisiete de Marzo. Desde 1911 la plaza se había llamado también, con nombre que no enraizó, plaza del General Ordóñez, ovetense muerto precisamente ese año en la guerra de África. Por entonces, la Escandalera no tenía nombre oficial y, recién pavimentada como estaba, convertida ya en lugar plenamente urbanizado, se propone construir en ella un monumento a Ordóñez y dedicarle la plaza, en proyecto parecido al que se refería al cabo Noval, otro héroe local al que se pensó homenajear en la Escandalera, pero que en 1911 ya tenía la calle que sigue teniendo hoy. La Sociedad de Naciones, en 1918, también mereció de nuestro Ayuntamiento el deseo de un monumento que tampoco llegó a hacerse, y así la plaza llegó a nuestros días sin monumento alguno, pero con esculturas, la «Maternidad» de Botero y los caballinos de Manolo Valdés. La plaza no se llama oficialmente de Ordóñez hasta 1924, y por poco tiempo, ya que la República, en 1931, quiere la plaza para sí y el régimen franquista la toma para el Generalísimo, como todas las plazas mayores, o cosa parecida, de España. A pesar de tanto nombre, para los ovetenses la Escandalera es la Escandalera.

Acabamos de mencionar la Escandalera casi como plaza mayor, que mereció por ello llamarse del Generalísimo. Y, en cierto modo, el lugar le fue quitando a la verdadera plaza Mayor, a la del Ayuntamiento, su carácter central. Ésta ya había perdido, en parte al menos, el carácter bullicioso que le venía a través de Magdalena hacia Cimadevilla; había perdido, también, el privilegio de ser lugar de cita de una ciudad que había cambiado su centro natural, desplazándolo desde allí hasta la zona de Uría, justo al lado de la Escandalera. Y la Escandalera tomó vida de plaza mayor, con bastantes habitantes ya, con tiendas y bares que la animaban a todas horas, con una parada de coches de alquiler, primero de caballos y luego de motor. El centro de la plaza era lugar de juegos preferido por los niños del vecindario, a los que se añadían de buen grado los que vivían en Argüelles, a la vuelta de la esquina. Y así jugaban en la calle y entablaron amistades que todavía duran hoy, porque los lazos de una infancia feliz duran toda la vida. Y las vendedoras de algunos quioscos se desesperaban de la «reciella» de niños que alegraban el lugar. Y también se jugaba al fútbol, niños y niñas. En el pasadizo que había al lado de lo que había sido cárcel Galera, que era entrada de carruajes y todavía hoy es pasaje, quizá por una vieja servidumbre, los niños jugaban a la pelota, y allí llegaban algunos clientes, camino del bar Scar, a disputarles el balón, haciéndoles rabiar con mil juegos malabares. Lo que los niños, y las niñas, que no eran pocas, no sabían entonces era que estaban jugando con Lángara, Emilín, Herrerita y otros de los jugadores míticos que en Oviedo y en el Oviedo había. Eran otros tiempos.

Una de las novedades de la plaza, que a cada cambio de Corporación municipal cambiaba los parterres y las farolas, cada vez más crecido desde principios de siglo el turbante de árboles que la rodeaba, como tímido recuerdo de su pasado boscoso, fue la construcción de los urinarios subterráneos a finales de los años veinte. Desaparecidos los urinarios, de forma de pagoda, que estaban plantados en el extremo del paseo de los Álamos, al lado del cine Fandiño, que cedieron su espacio al monumento a Tartiere, se hacía necesaria la instalación de unos servicios públicos, especialmente en una ciudad crecida como era Oviedo y en una zona de mucho paso y cercana a las estaciones, como era la Escandalera. Pero como la plaza ya estaba urbanizada y embellecida no parecía propio de los tiempos instalar algo tan notorio y desairado como unos urinarios. Había que ocultarlo y no cabía mejor ocultación que la de enterrarlo. Así surgieron los servicios higiénicos de la Escandalera, que duraron hasta 1955 y que fueron rápidamente bautizados por los ovetenses como «la mezquita de Ben-a-me-ar».

En 1955 se realiza una determinante transformación de la plaza que será decisiva para su futuro. La Caja de Ahorros de Asturias, que había tenido sede en la plaza de la Catedral, decidió edificar en la Escandalera para demostrar su pujanza, y hace para ello el edificio que ahora preside el fondo de la plaza, tragando de un bocado la casa de la esquina San Francisco en la que estaban la farmacia y las pequeñas edificaciones entre ésta y la de la esquina con Argüelles, que permanece.

Con el edificio viene una nueva ordenación de la plaza y la ornamentación a base de una fuente, que paga la propia Caja y que va a ser la primera fuente monumental, o lo que sea, de la plaza, que años antes había estado amenazada con colocar en ella la fuentona del Campo, que tan buen papel hacía y hace en su sitio. Esa fuente está ahora al final de la calle Valentín Masip, en un Oviedo que por entonces no había nacido, y en su lugar, en la Escandalera, se ha hecho otra, la actual.

Y esa primera reforma del 55 fue antecedente de otra, muy importante, que tenía otra vez que ver con el subsuelo de la plaza, como cuando los urinarios, y que supuso en la ciudad algún escándalo, que mantuvo el rescoldo de las viejas manifestaciones del 27 de marzo y trajo el recuerdo de las masivas celebraciones de la llegada de la República, que también se habían concentrado allí. Pero los tiempos eran otros y la polémica resultó más discreta, en una ciudad crecida que ya no participaba masivamente en nada o en casi nada.

Y es el crecimiento de la ciudad y el cambio de costumbres los que aconsejan la construcción de un gran aparcamiento subterráneo, que se decide precisamente para las entrañas de la Escandalera. Caen los arbolitos que con tanto esfuerzo habían crecido y se empieza a excavar.

Esta obra, muy espectacular en su ejecución, supone un cambio importante y consagra la división entre el Oviedo antiguo y el Oviedo moderno a través del espacio que había nacido precisamente para su unión. A partir del momento en el que el tráfico, fruto de los tiempos, había aconsejado la instalación de pasos de peatones y semáforos, la forma de resolver el paso de la plaza fue motivo de agria polémica. Por otra parte, la propia excavación se había encontrado con obstáculos -roca viva en gran parte del terreno- que dificultaban y encarecían la profundización que hubiese asegurado la reposición del arbolado, tanto de la plaza como de parte del paseo de los Álamos, que perdió un irreemplazable negrillo viejo que estaba cerca de donde hoy está el Escorialín.

El aparcamiento quedó con menos altura de techos de la proyectada y como consecuencia no quedó espacio para reponer la hilera de magnolios que necesitaban profundidad para enraizar. Lo mismo sucedió con los árboles de la plaza, que no se repusieron y fueron sustituidos por tímidos y coloridos parterres.

La Escandalera es ahora lugar de paso en que apenas vive nadie. La vida comercial también ha desaparecido, pero el lugar sigue siendo clásico para las manifestaciones, como se pudo ver esta misma semana.