Ch. NEIRA

«Por ejemplo, estaba el otro día viendo a los indignados, en la plaza del Sol, en la Escandalera, y, bueno si aquí hay alguno, luego podremos seguir hablando y yo también me indignaré, pero lo que quiero decir es que la impresión que producen es que están a cero de lo que es la filosofía. Funcionan por su cuenta, opinando cada cual lo que le da la gana, sin tener en cuenta la dialéctica ni nada. Su pensamiento es vago e impreciso, propio de un hombre de Neandertal. Y no conocen los mecanismos de las cosas de las que hablan. Dicen que están contra los bancos pero no saben qué es un banco, no saben qué es un crédito. Están en plan adolescente, y eso que algunos incluso son licenciados en Filosofía. Y, a veces, es sonrojante». El largo preámbulo es del filósofo Gustavo Bueno, y su auditorio, alejado de los muros de su Fundación, era un nutrido grupo de quinceañeros, estudiantes del instituto Doctor Fleming congregados en el salón de actos con motivo de la jubilación de su profesor de Filosofía, Tomás García, que había invitado a Bueno para su última clase.

El asunto que traía de nuevo a Gustavo Bueno a la docencia en un instituto tras sus primeros años de catedrático en el salmantino de Lucía Medrano, como recordó Tomás García, era el del papel de la filosofía en el Bachillerato, «que viene a ser una especie de reproducción del papel de la filosofía en una sociedad política», matizó. Eso llevó a Bueno, para empezar, a preguntarse por la «filosofía» y su «mito». Desde el que dice que el hombre primitivo fue el primer filósofo hasta al que presenta al niño pequeño y su incesante «¿por qué?» como otro filósofo, «cuando no lo hace más que por rutina».

Así que la cuestión clave era analizar la relación de la filosofía con la vida real civilizada, donde, analizó, «las cosas se desarrollan de formas distintas y luego se hacen divisiones absurdas, como la de Ciencias y Letras, porque, por ejemplo, qué absurdo es clasificar el álgebra como ciencias, que lo que están haciendo todo el rato son letras». Criterios de este tipo son, para Bueno, cuestiones «ridículas», pues tratan de separar cosas que no están separadas en la realidad. Es lo mismo que sucede con el lenguaje, donde una palabra puede significar distintas cosas. «Si hubiera un lenguaje perfecto, en el que cada palabra nombrara una cosa», explicó, «la realidad se convertiría en un caos». Porque, resumió, «todo está en todo, y viceversa, como en el chiste».

Ante esa situación «lo más peligroso», según Bueno, es «pensar que cada parte del Universo agota la realidad de esa parte». No se pueden sostener, por tanto, frases del tipo «todo es química» o «todo es matemática», y opuso la «actitud crítica» que puede resumir la frase «el que sólo sabe medicina, ni medicina sabe». Por eso a veces sucede que el especialista no es capaz de explicar ni su materia, como ese matemático brillante al que Bueno trató en sus primeros años y que, dándose cabezazos contra la pared de la casa del filósofo, le decía: «los teoremas de conjuntos son tan resistentes como este muro».

La misma crítica la hizo extensiva a los políticos y sus ministerios o a los economistas, «que están peor que la ciencia meteorológica y que no saben lo que pasa». O también a las nociones de «cultura», que criticó con fuerza cuando se utilizan como un comodín sin explicar a qué se refieren cuando hablan de la defensa de la cultura. «¿Qué cultura? ¿la maya? ¿la cretense?». Cultura, detalló, tiene que ver, en realidad, con la «agricultura», que es el origen, los terrenos cultivados, como cuando el filósofo encontró documentos del siglo XVIII que hablaban «de las culturas de Oviedo», refiriéndose a sus cultivos.

En general, resumió, «me parece una indecencia hablar sobre la cultura sin haber reflexionado sobre ello, porque que algo sea cultura no es valioso, también la silla eléctrica es cultura».

De regreso a los que se obsesionan con una idea o que tratan de agotar la explicación del Universo en una de sus partes, Bueno también arremetió tanto contra la teoría del Big Bang -«en realidad es un arreglo, no es una teoría»-, se refirió a los físicos del CERN como «científicos metidos en una cueva» y a los astrónomos como «los que están pendientes del telescopio tratando de escuchar los orígenes del Universo».

Para Bueno, el resumen es que algunas teorías de la vida son tan ingenuas «como Anaximandro», más cuando hay quien se ha tomado «el arreglo al pie de la letra y se creen lo de la explosión y todo eso».

Ante esa cantidad de incertidumbres y de demasiada confianza en creencias particulares, el papel de la filosofía consiste, terminó su charla, en «ir tratando de revolverse con la idea de que cada departamento completa la realidad. Ir diciendo a la gente que no sabe nada. Y que no saben incluso de lo que saben. Funcionar como una trituradora alemana».