Siento en estos momentos una profundísima tristeza porque se ha muerto de manera inesperada uno de mis mejores amigos, compañero de mis primeros pasos en el periodismo, que se convirtió, con el paso de los días y los años, en uno de mis hermanos del alma. Se ha ido, además, un símbolo de lo que es la pasión por esta profesión. Él no hubiera podido tener otra que ésta, que dicen, yo lo creo, que es la más hermosa de todas las profesiones. Por ello, me es imposible despedirme de él, porque estará siempre en mi vida, siempre lo llevaré conmigo, como llevaré los muchos recuerdos que nos unen. Vivencias y luchas compartidas que van desde aquellos años oscuros e injustos del franquismo hasta hace apenas unos días, cuando juntos y con lágrimas escondidas decíamos adiós, con otros íntimos amigos y compañeros, al que fue nuestro amigo, maestro y director en LA NUEVA ESPAÑA, Juan Ramón Pérez las Clotas.

Sí, mi muy querido Vélez, las calles de Oviedo van a echarte de menos. Las recorrías todos los días desde las primeras luces del amanecer hasta que regresaban las sombras de la noche; y lo hacías deteniéndote en tertulias diversas, conversando con la gente, sintiendo el latido de la ciudad. Bien sabías que para ser periodista de verdad había que trabajar así, con intuición y con pasión, encontrando las noticias detrás de cada gesto, con cada comentario, en cada esquina. Así te mantuviste todo lo independiente que has podido y apasionadamente crítico, audaz, convencido de que tenías que ser, como todo buen periodista, un testigo insobornable de tu tiempo con coraje para buscar la verdad y para contarla. Y en la lucha, de la que no es posible la victoria total, sabías que estaban por encima de todo el derecho y el deber de informar y de hacerlo con veracidad, imparcialidad y transparencia. Ahí está, testigo vivo de ello, como un milagro en medio de tantas dificultades, «La Hora de Asturias», que fundaste precisamente para encarnar esos valores, llegando a la conclusión de que son utopías inalcanzables.

Con ello demostrabas además, querido Vélez, aquella permanente inquietud, aquel espíritu de lucha que te había hecho superar tantas penurias personales en una España que atravesaba, cuando naciste, la dolorosa Guerra Civil. Todo lo fuiste venciendo hasta llegar a ser, como decían los antiguos griegos, una persona feliz, con una vida lograda y plena, con una vida en la que habías alcanzado ver hecha realidad la mayor parte de tus sueños y tus proyectos, incluyendo la creación, junto con tu esposa Aurora, de una familia entrañable. Una vida, en definitiva, con peso y con raíz, que nunca dejó de aspirar a ser coherente y digna.

Hoy, en un día tan triste como éste, mientras evoco tantos y tantos recuerdos que vivimos juntos y nos unen para siempre, no puedo sino acordarme también de aquella frase tan verdadera e inspiradora de don Quijote en sus últimas horas. Querido Vélez, en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño.