Si el periodista nace y luego se hace -o se deshace- José Vélez era de los primeros. Tenía raza e instinto y esa obstinación implacable del cazador de noticias. Estaba de guardia las veinticuatro horas, siempre con su cámara a cuestas, en estado de alerta, en cualquier parte.

Tenía un gran sentido crítico, exteriorizaba apasionadamente todas sus opiniones, sabía calibrar al contrario, distinguía instantáneamente al falsario o simulador, en todos sus actos profesionales acreditaba sobradamente su visión de los hechos y tenía la difícil y rara habilidad de hacer trascendentes los hechos más cotidianos, los personajes aparentemente más anodinos.

Su sentido del periodismo buscaba el lado humano de la realidad y de las cosas y en su memorial -tan extenso en su cantidad y tan y diverso en sus contenidos- pueden encontrarse multitud de instantáneas que definen y enaltecen esa personalidad.

Era una persona que se hizo a sí misma, con dificultades y entre no pocas incomprensiones y con ese espíritu de búsqueda luchó hasta el final, manteniendo el afán y la ilusión por hacer el reportaje de su vida, sin darse cuenta de que él era desde hace ya mucho tiempo el protagonista de ese reportaje.