Elena FERNÁNDEZ-PELLO

El periodista Juan de Lillo, pregonero de La Balesquida, se guardó las referencias a la fiesta para el final. «Es una de las grandes tradiciones locales y se pregona por sí sola», opinó De Lillo, así que su discurso, ayer en el teatro Filarmónica, fue una divertida colección de anécdotas y hechos insólitos con los que retrató el «humor espontáneo y pleno de ironía» de los ovetenses. «Al mal tiempo conviene ponerle buena cara, como ejercicio necesario de salud para el cuerpo y de paz para el alma», recomendó. A La Balesquida le dedicó unos minutos, al final, como reconocimiento a los «ovetenses sólidos, persistentes y amantes de la ciudad y de su tradición, que se encargan de que la fiesta se celebre con solemnidad y se perpetúe en sus descendientes, como un legado para la supervivencia de la especie y del espíritu carbayones».

El presidente de la Sociedad Protectora de La Balesquida, José Antonio Alonso, se sentó a la mesa con otros miembros de la directiva, entre ellos Alberto Carlos Polledo, que presentó al pregonero recordando algunas andanzas de su etapa como reportero. Así que durante todo el acto imperó el buen humor.

Juan de Lillo se definió como «un ovetense de la inmigración», aunque matizó que «soy un inmigrante de recorrido corto, de apenas 32 kilómetros, que eran los que separaban entonces mi Moreda natal de Oviedo». Nostálgico, evocó el chocolate y los pasteles de Rialto, con su madre, y los «maratones» de compras por Almacenes Botas, Al Pelayo, Los Chicos, El Encanto, Rocor, Calzados Ciudadela, Maxter, Almacenes Simeón, «todos ellos ya desaparecidos». Habló de su etapa como estudiante de Derecho y de su ingreso en la plantilla de LA NUEVA ESPAÑA, en 1962. También se refirió a la obra en la que ha compendiado el discurrir de la vida ovetense entre 1860 y 2000, «Oviedo, crónica de un siglo», y aquí recordó cariñosamente al fallecido José Vélez, que aportó sus fotografías al libro.

De Lillo echó la vista atrás e hizo historia. Contó cómo cuando el ingeniero Salustio González Regueral donó al Ayuntamiento de la ciudad un proyecto para abrir un vial que uniera el centro con la estación de tren, los ovetenses dictaminaron que «no tenía futuro». La calle Uría, que ésa era la nueva calle, acabó relegando a la céntrica Cimadevilla.

Recordó el desaparecido bar Paredes, frente al Campoamor, y las bromas de sus asiduos. Cuando un parroquiano adicto al régimen franquista amenazó con «dar parte» de un insulto proferido contra el jefe de Estado, Pepito Orejas, «ingenioso y de conocida persistencia como polemista», le replicó: «No des parte, que el que da parte toca a menos». O cómo a Julio Muñoz, su dueño, y al confitero Monchu Machado, ambos con cojera, les gritaban desde la terraza cuando los veían juntos: «¿Vais pa Lourdes?».

De Lillo habló de «la fabada de Ravel», que el músico probó -y repitió- en el restaurante Paredes y Ramos. El compositor y pianista, que dio un concierto en el Campoamor en noviembre de 1928, encontró el plato «muy sólido y algo explosivo». Contó cómo Pepe Rodríguez, veterano directivo del Real Oviedo, era el encargado de ir a recoger al árbitro a la estación de tren cuando el equipo jugaba en Buenavista, y un sinfín de curiosidades más.

Al acabar su discurso, el Joven Coro de la Fundación Príncipe de Asturias ofreció un concierto, dirigido por José Ángel Émbil y con un heterogéneo programa en el que sonó el Hallelujah de Cohen junto al son cubano «El manisero» o el «Soy de Verdiciu».

Las celebraciones religiosas de La Balesquida empiezan hoy, a las 19.30 horas, con el traslado de la Virgen de la Esperanza a la iglesia de San Tirso.