Con las «Antífonas de la coronación», de Haendel, empezó el viernes el concierto de la OSPA, bajo la batuta de Howard Griffiths. El Coro de la Fundación Príncipe entonó versículos de la Biblia (1, Reyes, 39-48) que aluden al designio de Salomón como sucesor de David, y cantaron aquello de «God save the King! Long live the King!». Tras ese «King», Haendel introduce un silencio, un cuarto de compás, en consideración al eco de la abadía de Westminster, para que no empaste la frase al repetirla, para no mezclar al rey con Dios. En Jerusalén, cerca de la puerta de los Leones, en la iglesia de Santa Ana, donde se cree que nació la Virgen, el eco dura casi nueve segundos; Saladino no quiso destruirla por salvar ese eco insólito. Todo lo que hacemos y cantamos tiene un eco. También lo que escribimos. Y ya me callo, por respeto a la reverberación.