Escribo esto antes del «Concierto para tuba», de Samuel Jones, en el Auditorio. A mí y a Wagner nos va la tuba, grandísima, cromática, de tubo grueso, cuatro pistones y gran potencia y belleza en sus densas notas graves. Juraría que en la OSPA hay dos, plateada y dorada, quizás afinadas en Mi bemol y en Si bemol, por decir algo; a lo mejor están en Fa o en Do, tendría yo que soplarlas para cerciorarme. Su titular es David Moen. En mi niñez, cuando desfilaba la banda de Pravia, mi hermano Pedro y yo corríamos al lado de la tuba, que tocaba Quesada, el de Forcinas, necesariamente fuerte y con mucho aire en los pulmones; buen amigo de mi padre, trabajaba en la marmolería de la Fontana; tocaba a dos carrillos y cuando atinaba por lo suave le salía un timbre misterioso y lúgubre, de Nalón profundo, como si gritara su lecho de carbón. Tuba y turba.