Chus NEIRA

Un texto como «Yerma» es, quizá, la tragedia más importante del repertorio nacional. Miguel Narros, director teatral de idéntico peso entre los activos, y no sólo por sus 82 años, lo certifica. «Lo más grandioso de la obra», cuenta al otro lado del teléfono, «es que pasen los años, los tiempos y siempre será moderna, auténtica. La madre y el hijo se buscan a través de la literatura dramática de toda la vida. Y aquí la búsqueda del hijo va más allá de la realidad. Va más allá de lo acostumbrado. Es una mujer que cae en atavismos, en superchería popular, que cae por ser madre en lo más bajo del ser humano».

Narros, que hizo su primera «Yerma» hace quince años, ha vuelto ahora a la obra de Lorca de 1931 con Silvia Marsó como protagonista y con la música del maestro Enrique Morente. Hoy a las ocho de la tarde estará en el Campoamor.

El origen de este montaje, coproducido por el Centro Dramático Nacional, está, explica el director, en «la anécdota», «porque las obras están ahí, no hay lo moderno, sólo existen las obras que no pasan de moda». Y en este caso la anécdota está en la coincidencia de Silvia Marsó, con ganas de ser dirigida por Narros, y la del director por ofrecerle «Yerma». «Sobre todo porque es una obra estrenada en el año 31 por la que tan poco ha pasado el tiempo, que va muy rápido para muchas cosas, pero que no siempre cambia al ser humano. Y el ser humano sigue desolado o aplastado por las costumbres de los padres».

Miguel Narros habla de «Yerma» con pocas y precisas palabras, casi como salido de la dramaturgia depurada de Lorca. Aquí, con un reparto que completan, entre los protagonistas, Marcial Álvarez, Iván Hermes y María Álvarez, Narros intuye que el poema dramático sobre la esterilidad de la mujer esconde también «al autor hablando de homosexualidad y de su relación con una mujer».

Lorca, coincide, sigue siendo muy moderno en escena. Tanto como Valle Inclán. «El otro día», apunta el maestro, «fui a ver una función de "Luces de Bohemia" y me pareció estar viendo una obra de las últimas de mi tiempo».

En 1931 había una crisis gorda. Ahora, concluye Narros, «el teatro tiene algo que decir, está vivo, sobre todo el teatro dramático político, que tiene una clarividencia increíble».