La noticia del fallecimiento de Luis Arce Monzón, que fue, entre otros cargos, secretario general del Ayuntamiento de Oviedo, ha provocado entre todos los que hemos sido sus compañeros en el ejercicio de la función pública local una especial emoción. Secretarios, interventores y tesoreros de la Administración local hemos perdido una personalidad, referente por su honestidad moral y por su solvencia profesional, que no debemos olvidar.

Creo que no es momento de reiterar lo prolija y entregada que fue su trayectoria profesional ni sus méritos y aportaciones como gran jurista, ya que todo ello ha sido suficientemente reseñado durante estos últimos días por quienes lo conocieron más de cerca. Sí quisiera, en cambio, intentar emplear este espacio para significar lo que ha representado Luis Arce como miembro del extraordinario grupo de funcionarios pertenecientes a los antiguos cuerpos nacionales de la Administración local -hoy de habilitación estatal-, quienes por circunstancias históricas tuvieron la gran responsabilidad, pero al mismo tiempo el honor, de ser protagonistas del impulso, de la adaptación y de la transformación de unas obsoletas administraciones locales en unas nuevas instituciones fundamentadas en los nuevos principios democráticos formulados en la Constitución de 1978.

Comentaba hace unos años, a raíz de la muerte de otro admirado compañero como fue Jesús Ferrero, interventor general del Ayuntamiento de Gijón, que en el tránsito que se inició desde un régimen centralista y no democrático las entidades locales -como administraciones más cercanas a la realidad de la sociedad- fueron las artífices del mayor impulso democratizador, empujadas por un movimiento ciudadano y asociativo esencialmente reivindicativo y por una clase política ilusionada con la transformación de sus pueblos y sus ciudades.

Pero, al mismo tiempo, los ayuntamientos sufrieron en aquellos primeros momentos un déficit organizativo que se tradujo en un cierto vacío de poder que de manera espontánea fue suplido por la voluntariedad del aparato administrativo y técnico existente; un aparato muy cualificado y capaz, pero que en mal pago fue víctima de un inicial e injustificado recelo de las funciones que ejercían.

Hay que reseñar que esto fue así y que ahora, pasado el tiempo, se reconoce el grave error que se cometió al identificarlos con el aparato político del régimen anterior.

Y aún a mayores habría que señalar que, guardando cierta correlación con lo citado, ha venido surgiendo a lo largo de los últimos años otro error, que es el del grave deterioro de las funciones encomendadas a estos cuerpos, consecuencia de diversas modificaciones legislativas que han ido limitando o condicionando el ejercicio básico, independiente y objetivo del asesoramiento jurídico y de las tareas de control y fiscalización de la actividad económica y financiera de nuestras administraciones locales. Todo ello ha derivado finalmente en situaciones no deseadas que son conocidas por todos y que no es éste el momento de recordar.

La casualidad hace que este mea culpa se entone en coincidencia con el bicentenario de la Constitución de Cádiz de 1812, antecedente más remoto de los cuerpos nacionales, momento en el que se institucionalizan en los ayuntamientos las figuras del secretario y del tesorero, bajo la forma de «depositario» (el turno para la definición de los interventores llegaría un poco más tarde), fundamentándose entonces su presencia y sus atribuciones en los principios del nuevo Estado que promulgaba la nueva Constitución al apelar a valores y principios de gestión que pretendían acabar con el caciquismo local y con los nombramientos vitalicios, trasladar a estas instituciones el rigor jurídico y económico del que carecían.

Luis Arce forma parte de una generación de servidores públicos que tuvo que estar y que supo estar en ese complejo período de tránsito democrático que enmarcó la Constitución de 1978. Y en su memoria, en honor a sus esfuerzos y aportaciones, es de justicia reconocer y reiterar ahora que la modernización de nuestras instituciones municipales se ha consolidado gracias a un nuevo modelo de actuación y gestión política, pero también gracias al mencionado legado generacional: al impulso, a la formación y a la eficacia de una estructura administrativa y técnica formada por empleados públicos de diversos cuerpos y categorías que supieron adaptarse a los necesarios cambios que requerían las nuevas instituciones locales, pues así lo demandaban los ciudadanos.

Me consta, porque he sido testigo de ello, que su magisterio ha sido ejemplar y reconocido no sólo por sus compañeros de los antiguos cuerpos nacionales, sino también por todos los funcionarios y los empleados municipales que, a su lado, han tenido el honor de trabajar en distintas instituciones municipales.

Estoy seguro que en la próxima reunión del Colegio, del que él fue activo miembro, el recuerdo de Luis será unánime y emocionado. Ahora expreso, en nombre de todos, nuestro apoyo a toda su familia en estos momentos difíciles.