Elena FERNÁNDEZ-PELLO

Ricardo Menéndez Salmón (Gijón, 1971) relata en su última novela, «Medusa», la biografía de «un artista singular, que capta el mal y el horror» y por el que siente simultáneamente «fascinación y repugnancia». La conversación que sobre el libro, editado por Seix Barral, y su protagonista entabló ayer con el también escritor Moisés Mori, en la presentación que organizó Foro Abierto en la librería Cervantes, acabó en una reflexión sobre la naturaleza del arte y el artista. «La literatura y el arte intentan derrotar el tiempo, desde la convicción de que el tiempo nos aplastará», manifestó, y en cuanto a la cultura, añadió, «es producto de las muescas que dejamos para dar fe de que estuvimos aquí».

Así, Menéndez Salmón acabó hablando de «la trascendencia». «Cuando un lee una obra como "Guerra y Paz" cree que es posible trascender. Todo artista debe tener en mente la idea de la trascendencia» y eso supone, explicó, «ser consciente de su momento histórico pero de modo que su obra pueda mantener un diálogo, por humilde que sea, con el futuro».

De cualquier modo, aceptó el escritor, «el arte es una batalla pérdida contra el tiempo».

Otra de las cuestiones que se plantearon a lo largo de la charla mantenida por Mori y Menéndez Salmón ante el numeroso público que acudió al acto -entre el que se contaba la consejera de Cultura, Ana González- es la de «la invisibilidad del artista». Menéndez Salmón citó a Tarkovski, el director de cine ruso, que a su juicio es «el artista más admirable del siglo XX y que sostenía que «el artista debe ser humilde, y eso significa desaparecer en su obra».

En «Medusa» la invisibilidad se traslada a su protagonista, Prohaska, del que no aparece ninguna descripción. Ese personaje es un artista alemán que hace cine, pinta y hace fotografías. El autor se acerca a él, según Mori, al modo de Vasari en sus biografías de artistas. Dedica la primera parte del libro «a su nacimiento, su infancia y sus servicios para el régimen nazi, como propagandista», y continúa con su huida. Otros tres personajes ayudan a modelar a Prohaska: su esposa, su hijo muerto a los quince meses y su mejor amigo.

La narración abre un interrogante sobre la posibilidad, en palabras del propio Menéndez Salmón, «de vivir sin ideología y mirar con impunidad». «¿Se puede contemplar el pavor sin que nos infecte?», se pregunta el novelista. Eso es lo que parece conseguir Prohaska: «Lo ve y no le contamina. Es un dios epicúreo, es un burócrata de la realidad».

Ricardo Menéndez Salmón contó que siente «un interés especial por la literatura fascista, de la Europa de los años veinte». «Pienso en qué tipo de relación debemos mantener con este tipo de artistas, que desde el orden moral son absolutamente despreciables pero que tanta luz y con tanta agudeza han arrojado sobre el espíritu humano», agregó. Son «personajes incómodos», admitió.

Moisés Mori se refirió a «Medusa» como el reverso de una novela anterior de Menéndez Salmón, «La ofensa», y éste último estuvo de acuerdo. «"Medusa" redondea la reflexión sobre la mirada», comentó, porque si en «La ofensa» el protagonista, ante la visión de una realidad atroz, caía en la apatía y elegía retirar la mirada, el protagonista de «Medusa» opta por «no apartar nunca la vista por muy perverso que sea lo que mira».

El nuevo libro llegó ayer mismo a las librerías y ante la expectación por su publicación y el numeroso público que asistió a su presentación, el escritor agradeció su lealtad «a los amigos que me acompañan desde aquellos tiempos de plomo a estos tiempos luminosos». Uno de ellos es Mori, que lo calificó como «uno de los grandes narradores españoles contemporáneos».