La Ópera de Oviedo celebró el sábado un éxito rotundo en su reencuentro con «Lucia di Lammermoor», en el estreno del segundo título de su temporada. La ovación del público del Campoamor, ante la actuación de un reparto entregado a las virtudes lírico-dramáticas de la conocida obra de Donizetti, vino a revalidar la pasión belcantista que no puede negarse al coliseo, y lo hizo con acierto artístico. Para ello se recuperó, además, la producción de «Lucia» de la Ópera de Oviedo firmada por Emilio Sagi, que se presentaba ya desarrollada en el Campoamor en 2007, con escenografía de Enrique Bordolini, vestuario de Imme Möller e iluminación de Eduardo Bravo.

Esta propuesta, teñida de romanticismo, marca desde el comienzo la tendencia hacia lo trágico de la ópera de Donizetti, mientras apoya la condensación dramática que se centra en el triángulo protagonista de la ópera. A través de un diseño sobrio, oscuro y misterioso, en el que menos es más, la iluminación juega un papel fundamental, con el poder de transformar la escenografía y transmitir la opresión que siente Lucia, una muñeca de trapo en un mundo dominado por los hombres que la rodean. En una historia de amores imposibles, marcada por el odio entre familias y las intrigas políticas, Lucia ve su destino truncado, lo que le lleva a un estado de evasión, de locura, por lo que podría haber sido y no fue, sino tras la muerte.

Se adivina así en las sombras del Campoamor el terrible presagio de Lucia, que Mariola Cantarero encarna con la veracidad de un papel que la soprano tiene plenamente interiorizado. La intensa evolución dramática del personaje se desarrolla, en la actuación de Cantarero, con una capacidad melódica de agilidades magistrales, ya desde el primer «Regnava nel silenzio» que canta la protagonista.

La Lucia de Mariola Cantarero es una Lucia intensa, pero también de medios delicados en los momentos más íntimos y expresivos, como el «duetto» con Edgardo del primer acto, en el que Lucia intenta calmar los ánimos de su amante. Al acelerarse los acontecimientos, la actuación de la protagonista adquiere mayor gravedad dramática, como en la escena con Enrico del segundo acto, número condensado en la trama que tampoco pasó desapercibido en la interpretación. La asfixia de Lucia encuentra así salida en la famosa escena de la locura, en la que Cantarero conmovió al público con un amplio sentido melódico, en el que los ornamentos vocales adquirieron todo el significado dramático, bajo un dominio pleno del instrumento.

Junto a Cantarero, una Lucia experimentada sobre las tablas del teatro, debutó en el papel de Edgardo di Ravenswood el tenor mexicano Arturo Chacón-Cruz, uno de los últimos descubrimientos en el mundo operístico, en pleno despegue internacional en la actualidad. Chacón-Cruz creció en su actuación hasta la escena final de tenor de la ópera, en la que llenó el escenario llegando al «Tu che a Dio spiegasti l'ali». El cantante se presentó con sobrada potencia y medios vocales en el «duetto» amoroso del cuadro segundo, si bien asentó su actuación en el número con Enrico del tercer acto de la ópera. Chacón-Cruz es un artista en progreso, que tiene aún mucho por decir y sorprender. En este sentido, destacó su empuje en el agudo, que compensa una zona media que aparece a veces forzada. Tiempo al tiempo. Prueba de ello fue la escena final de esta «Lucia», con una evolución desde el recitativo de gran intensidad emocional y cuidado en el fraseo.

Por su parte, el barítono Dalibor Jenis regresó a Oviedo como el ambicioso lord Enrico Ashton, implacable desde la primera escena, con la cavatina «Cruda, funesta smania», aunque pudo pedírsele más relieves, en la línea de la escena con Lucia del segundo acto. Dentro del juego de traiciones, Simón Orfila, como el sacerdote Raimondo Bidebent, se llevó merecidos aplausos, tras imponerse en el segundo acto, con el aria «Ah! Cedi, cedi», y sobre todo tras «Dalle stanze ove Lucia», con una voz flexible y de cuerpo.

La mezzosoprano María José Suárez, como confidente de Lucia, y Josep Fadó, en el papel de Normanno, cumplieron de forma satisfactoria su función en el reparto, al igual que Charles dos Santos, en su intervención como Arturo Bucklaw cuando la escena se tiñe de rojo, si bien éste puede asegurar todavía el agudo y conseguir mayor naturalidad en sus movimientos.

Un pilar fundamental de esta «Lucia» fue además la orquesta «Oviedo Filarmonía», que, bajo la dirección de Marzio Conti, aportó fuerza dramática desde el foso con un ritmo musical muy vivo, una vez superado un preludio un tanto destemplado. Conti, por primera vez en la Temporada de la Ópera de Oviedo, realizó un trabajo preciosista en la orquesta, destacando el caudal tímbrico de la ópera, con un feliz enlace de voces e instrumentos, más allá de las asociaciones más conocidas, como la flauta y el canto de Lucia. Por último, el Coro de la Ópera de Oviedo se mostró con gran seguridad sobre el escenario, desde el coro del primer cuadro y el brillante «Per te d'immenso giubilo». Además del correcto empaste y equilibrio de las voces, destacó su presencia en la escena en el cuadro con Raimondo y a la llegada de Lucia.

Esta tarde volverá a subir el telón de «Lucia di Lammermoor», título que incluirá el próximo día 19 una función fuera de abono, protagonizada por la soprano Sabina Puértolas y con Albert Casals (Edgardo), Javier Galán (Enrico) y Simon Lim (Raimondo). En la función del día 18, será el barítono Juan Jesús Rodríguez el encargado de dar vida a Enrico, en una historia en la que, entre tanta guerra, el amor no puede tener un final feliz. La última función se celebrará, con el primer reparto, el día 20.