El tejo es un árbol que crece lentamente, alimentado por las muchas leyendas que lo nutren. El tejo, muy frecuente en Asturias, suele tener larga vida, amante de la soledad, buen compañero de todo tipo de iglesias y capillas, hermano del paisaje.

Uno de los encantos del tejo es su capacidad para animar el bosque con su color, especialmente cuando hace contraste con los árboles desnudos del otoño. Se le relaciona tradicionalmente con la muerte, y algunos clásicos, como Ovidio, describen el camino del infierno bordeado de tejos. En muchos cementerios se plantan tejos, que en este cometido de la relacionarse con la eternidad, comparten protagonismos con los cipreses.

Hay una leyenda extendida por Bretaña que dice que las raíces de los tejos se meten por la boca de los muertos y si alguien lo procura puede oír lo que por tan siniestro medio cuentan desde el más allá. El tejo se ve como amigo de la noche, del invierno, de la muerte, y no por eso deja de ser un árbol amigo.

Uno de los enemigos del tejo anciano es el viento, y algún tejo añoso encontró la muerte vencido por el viento. En la noche del 10 de diciembre de 1990 cayó el gran tejo de Selorio, en la misma noche ventosa en la que fue derribado por el viento el negrillo del Campo del Hospicio.

El tejo, como todo árbol que se precie, tiene sus poderes benéficos y su parte negativa. Entre lo benéfico mantiene la fama de ser bueno como antídoto contra el veneno de la víbora, pero vale más no tener que comprobarlo. Tiene también el tejo fama de venenoso y se dice que los celtas empleaban su veneno para suicidarse masivamente cuando la batalla no pintaba bien.

Sí que hay veneno, pero no en las bolitas rojas, tan vistosas, que sirven de alimento de los pájaros todo el otoño, arilos que comían con fruición los niños de las aldeas, con pocas ocasiones de fruta.

No vamos ahora a los tejos de las iglesias, tantos, ni a los de los montes, deformados por el viento. Vamos a unos tejos urbanos, los que forman seto en el entorno de la antigua Facultad de Ciencias, pionera de la diáspora, en Calvo Sotelo. Es un seto original, de lento crecimiento, que estuvo todo el mes de octubre tentando con el rojo de sus decorativos arilos, que entre el viento y los pájaros ya han desaparecido. El año que viene, más.