La Ópera de Oviedo cumple con «Turandot» un verdadero reto en su LXV Temporada, no sólo por la magnitud de los medios con que tradicionalmente se ha representado este título, sino por la complejidad que presenta el propio discurso musical de la obra. La recién estrenada «Turandot» de la Ópera de Oviedo realiza, acorde con los tiempos de crisis, un ejercicio de síntesis en el que la labor de Susana Gómez, desde la dirección de escena, es más que meritoria. La nueva «Turandot» integra elementos de anteriores producciones para presentar un renovado «ropaje» escénico. El planteamiento de la producción se basa así en una plataforma giratoria central muy adecuada para encadenar los cambios de escena. Sobre la estructura dominan, sin embargo, diseños simétricos, que huyen del estatismo a través de la iluminación.

El éxito de esta «Turandot» se fundamentó, además, en el equilibrio de sus medios vocales, con una Oviedo Filarmonía en estado de gracia, bajo la dirección del maestro Gianluca Marcianò. De este modo, la ópera póstuma de Puccini pudo contemplarse de nuevo en el Campoamor después de treinta siete años de su última función, lo que prueba las dificultades de su representación pese a lo conocido de la ópera.

«Turandot» es una ópera dura vocalmente, con un dúo protagonista de exigencias plenamente asumibles para unos pocos elegidos. Elisabete Matos encarna una Turandot implacable, impasible, que nos hiela la sangre desde «In questa reggia». El acto de la soprano portuguesa fue así el segundo, en el que con gran chorro de voz y dominio del registro agudo canta al alma atormentada. Turandot se resiste a revivir el sufrimiento de sus antepasados. Sin embargo, en el dúo con Calaf del tercer acto, cuando Turandot es vencida por amor, se echó en falta mayor calidez dramática y apoyo vocal en el registro grave. La princesa, cuya evolución dramática es fundamental en la ópera, descubre al fin su fragilidad.

Turandot se rinde así ante Calaf, el único capaz de averiguar los tres enigmas que impone la princesa a sus pretendientes. Calaf fue aquí el tenor estadounidense Stuart Neill, quien, tras una entrada insegura, se asentó vocalmente en el final del primer acto, extasiado ante la belleza de Turandot. No obstante, fue en momentos como el «Non piangere, Liù» y la conocida aria «Nessun dorma» cuando Neill demostró mayor flexibilidad y belleza de fraseo, además de su potencia para el agudo y sobreagudo, como se escuchó al final del acto segundo. De este modo, Neill -por primera vez en Oviedo- venció las complejidades de su papel paso a paso, aunque centrado en el plano vocal más que en la interpretación escénica.

El contrapunto dramático fue representado por otros personajes, que sostuvieron buena parte del éxito de la ópera. Nos referimos, por un lado, a la Liù de Eri Nakamura, que brilló con luz propia, como el personaje antítesis de la glacial princesa protagonista. La soprano japonesa destacó por su lirismo expresivo en su aria del primer acto («Signore escolta») y sobre todo en la escena de la muerte de Liù, que fue uno de los puntos culminantes de la ópera. A este momento contribuyó también el buen hacer de Kurt Rydl, un Timur solemne y expresivo en esta «Turandot», y el coro, con un importante peso en la obra -incluido el coro de niños, dirigido por Iván Román Busto-, en representación del pueblo chino. A este respecto, el Coro de la Ópera se valió de sus efectivos para configurar un grupo de potente volumen, aunque necesitado de mayor empaste y afinación en el trabajo por cuerdas separadas.

Junto a la Liù de Eri Nakamura destacaron en el reparto los tres ministros, Ping, Pang y Pong, que representaron Manel Esteve, Vincenç Esteve y Mikeldi Atxalandabaso, respectivamente. Los tres consejeros, revoloteando alrededor de Calaf, destacaron en el segundo acto por lo definido de su perfil teatral, convirtiéndose en uno de los elementos más dinámicos e imprescindibles de la escena, con una resuelta vis cómica y notable actuación vocal. Emilio Sánchez, como el emperador Altoum, y José Manuel Díaz, el mandarín que anuncia el edicto de Turandot, también colaboraron de la mejor forma en el reparto.

En el apartado musical, la Orquesta Oviedo Filarmonía demostró también con «Turandot» su buena salud interpretativa, respondiendo a las directrices de Gianluca Marcianò. La orquesta defendió así una versión aseada de la ópera pucciniana, atenta a los detalles de una partitura que sorprende por las audacias de su lenguaje, especialmente a nivel armónico, y sin olvidar el trabajo de instrumentación. Brillante y vibrante al mismo tiempo.

«Turandot» podrá verse de nuevo mañana, domingo, en el teatro Campoamor -en horario de seis de la tarde-, y los días 21 y 24, en horario habitual. El día 23 se celebrará además una función fuera de abono, que contará con la actuación de Maribel Ortega (Turandot), Marc Heller (Calaf), Beatriz Díaz (Liù) y Dario Russo (Timur).