luisma murias

«Como dice el versículo del Salmo 138, es sublime y no lo abarco». Así agradecía sor Ángeles Álvarez Prendes, maestra de la música sacra, la medalla de oro de la Escolanía San Salvador que ayer recibió de manos de su presidente, Ignacio Rico, en la foto. Tras el concierto, la coral quiso hacer público su reconocimiento a la trayectoria de compositora, concertista y gregorianista de la monja benedictina del monasterio de San Pelayo. «Después del Concilio Vaticano II nos encontramos que no teníamos música para cantar en castellano. Alfredo de la Roza, que venía a nuestra casa, se comprometió a hacer los salmos responsoriales y aleluyas de todo el año y yo lo di a conocer a las monjas benedictinas y de otras comunidades. No hice nada extraordinario», manifestó con gran humildad.

Carolina G. MENÉNDEZ

El concierto que ayer ofreció la Escolanía San Salvador en el monasterio de San Pelayo puso el broche de oro al ciclo de música sacra «Maestro de la Roza», que patrocina LA NUEVA ESPAÑA, con una magistral interpretación del «Requiem» de John Rutter que cautivó de principio a fin al público que abarrotó el templo benedictino.

Bajo la dirección de Gaspar Muñiz Álvarez, la coral interpretó por primera vez la composición de Rutter que se estrenó en el mes de octubre de 1985. La obra del británico nacido en Londres en 1945 y que consta de siete movimientos obtuvo un largo y sonoro aplauso que la Escolanía agradeció a través de su presidente, Ignacio Rico Suárez.

La velada estuvo rebosante de emociones desde minutos antes del inicio del concierto, cuando la abadesa, Rosario del Camino Fernández-Miranda, que dio la bienvenida a los asistentes en nombre de la comunidad religiosa, agradeció a la coral haber elegido el monasterio para clausurar el ciclo y señaló que el concierto estaba dedicado a Diego Monestina Labra, un niño monaguillo de 13 años fallecido hace unos meses en un accidente de tráfico en Gijón. «Es éste un encuentro preparado con mucho cariño», manifestó ante los padres y hermanos del joven.

Las palabras de la religiosa dieron paso a las primeras notas del «Requiem», una obra que transmite sentimientos encontrados, tanto de ilusión, alegría y paz como de tristeza y melancolía. Los instrumentos que acompañaron a las voces (Juan Ferriol, oboe; Miriam del Río, arpa; Elena Miró, violoncelo; Alba García, flauta; Elisa García, órgano, y Andrés García y Jaime Moraga, percusión) propiciaron momentos de gran fuerza e intensidad junto a otros de extrema calidez y dulzura.

A pesar de la fría y lluviosa noche, fueron muchos los ovetenses que acudieron al concierto, aunque no todos pudieron acceder al templo dada la limitación de espacio. Los menos afortunados permanecieron tras la puerta intentando escuchar a la Escolanía.