La próxima Agrippina del Campoamor abrió boca con un excelente monográfico del cisne de Pésaro y un pianista perfecto para la ocasión, colaborador y conocedor del repertorio, en una velada donde los pecados de vejez resultaron la merienda perfecta para el primer domingo de diciembre.

Iniciaba el pianista romano un «Pequeño Capricho» de humor rossiniano «al estilo Offenbach» con digitación al uso, Allegretto grotesco antes de las canciones a pares de la mezzo nacida en Basilicata. Registro natural femenino y actriz consumada desgranando microrrelatos en auténtica lección de canto pasando por todos los estados anímicos: «Anacreóntica» y «Mi lagnerò tacendo» -texto de Metastasio- que Rossini publicase como «Música anodina», un sarcasmo, pues piano y voz rezuman arte por doquier.

«Un rien» pianístico antes del «Ave María» sobre dos notas, único en dificultad para interpretarse con todos los colores posibles, énfasis y plegaria, dulzura y pasión, el piano vistiendo cada fraseo, pecado de Don Gioachino y perfecta ejecución de ambos artistas. «La Partenza» para una breve pausa a mitad de velada. «Preludio. Soi-disant dramatique» al piano precediendo a Bonitatibus «Francesca da Rimini» -texto de Dante- recreada gestual y vocalmente, más el Andante del «Requiem» para contralto y piano, donde la tesitura no fue impedimento para volver al recogimiento místico hecho palabra y música por el dúo.

Recta final con «Une caresse à ma femme» delicada en las manos de Marzocchi y el humor siempre presente: paráfrasis francesa de Angelina en Cenicienta, «La leyenda de Marguerite» y «Mi lagnerò tacendo», pianista con rosa entre dientes y Metastasio cantado con alegría desbordante y magisterio vocal que trajo de propina «La Chandon du bébe», guinda dominical aventurando una Agrippina histórica en Oviedo.