Javier NEIRA

Agrippina-Bonitatibus y Poppea-Tsallagova empataron en maldad y calidad vocal, al menos en el corazón del público, durante la representación, en la tarde noche de ayer, de la ópera «Agrippina», de Haendel, en el teatro Campoamor. Barroco sin concesiones -cuatro horas y veinte, con dos pausas- para el cuarto título de la LXV Temporada de Ópera de Oviedo. Coproducción de Oviedo y Vlaamse.

Una música tan maravillosa debería sortear cualquier otra consideración, pero la escena de Marianne Clement, que se presumía sorprendente -sin llegar a escandalosa- al situar en el tiempo de series de televisión como «Dallas» o «Dinastía» las tragedias de la corte de la Roma imperial, atrajo buena parte de la atención con división de opiniones: palmas y pateos.

El maestro Benjamin Bayl dirigiendo la OSPA y al clave -espectáculo dentro del espectáculo- ofreció una versión decidida. Como, a pesar de los pesares, la ópera es más cómica que trágica, el claro furor instrumental, muy acertado, compensó el vodevil al que invitaba la escenografía.

Abrió la serie infinita de arias la mezzo Serena Malfi, en el papel de Nerone. Excelente y así durante toda la sesión. João Fernandes, bajo, como Pallante, y Flavio Ferri-Benedetti, contratenor, en el rol de Narciso, marcaron la comicidad al tiempo que cantaban acertadamente, y la mezzosoprano italiana Anna Bonitatibus, la terrible Agrippina, cogió la batuta de la intriga y de la voz ya en el cuarto número de la velada, demostrando su gran calidad.

La soprano rusa Elena Tsallagova, como Poppea, se hizo un hueco, que llegó a ser enorme, cantando, cómo no, desde su alcoba. Actriz con presencia seductora y buena voz, encontró en el magnífico contratenor Xabier Sabata, como Ottone, un apoyo/réplica de óptimos resultados. Apenas faltaba Octavio, encarnado en el barítono Pietro Spagnoli, que se estrenó con un aria de seducción tan bonita como bien cantada. En el bajo continuo, los hermanos Aarón y Pablo Zapico, que, con Juan Carlos Cadenas, llevaron con acierto buena parte del peso de la función.

En el segundo acto, el mejor, todo fue rodado desde el coro de solistas. El enredo llegó al colmo y la música se oscureció por momentos, permitiendo a los cantantes lucir galas insospechadas. Final feliz tras recitativos seriados y ovaciones.