Ch. NEIRA

«El acelerador va poniendo el límite y se puede decir que es un experimento en el límite». Eso cuenta, tras casi dos horas de explicación, el físico Javier Cuevas ante uno de los grandes paneles que detallan, en el Palacio de Toreno, funcionamiento, fines últimos e implicaciones varias del CERN, el laboratorio europeo de física de partículas, el organismo internacional científico de referencia en el que trabaja también una veintena de profesores y colaboradores de los grupos de Física Teórica y Experimental de la Universidad de Oviedo. La afirmación de Cuevas llega después de observar un panel dedicado al Grid Computing, el sistema de procesamiento de información, similar a «la nube», ideado hace tiempo en el CERN para hacer frente a la necesidad de analizar los datos resultantes de las 40 millones de veces por segundo que se leen las colisiones de protones.

La cantidad de información es inmensa y los sistemas para procesarla están al límite de esas necesidades. Y es, en realidad, el resultado de tener un instrumento tan poderoso como es el acelerador de partículas, el LHC, el más grande que se haya construido nunca, un circuito de 27 kilómetros de diámetro enterrado a cien metros de profundidad por el que circulan 2.800 vagones con 100.000 millones de protones cada uno y que colisionan en unos puntos concretos, donde se han instalado los grandes experimentos: el Atlas, el CMS, el LHCb y el Alice. ¿Por qué tantos kilómetros? Para lograr una cantidad de energía tan grande que se aproxime lo más posible a la densidad que habría existido en el origen del Universo.

«Por eso», explican Javier Cuevas y el investigador Isidro González, «al acelerador se le llama máquina del tiempo, porque nos permite llegar al instante correspondiente a cien billonésimas de segundo después del Big Bang». Aunque todavía tendrían que llegar un poco antes para conocer más cosas, por ahora ésa es la máxima energía que se puede producir en la Tierra. La combinación de campos magnéticos y de tecnología que lo soporte no da más de sí. Sólo se puede aumentar el radio. Para lograr éste de 27 kilómetros en Suiza han hecho falta veinte años y varios pequeños aceleradores que se han ido comunicando entre sí desde que el CERN echó a andar en 1954, «impulsado por gente muy brillante en una Europa donde casi toda la ciencia había desaparecido tras la guerra», añade Cuevas. El resultado es «el microscopio más potente del mundo», pues se da la circunstancia de que emplea la máxima energía para estudiar el comportamiento de las partículas en las distancias más pequeñas.

Con estos experimentos los científicos esperan obtener respuestas en dos planos, uno macro y otro micro. Se trata de explicar lo más pequeño y lo más grande. Lo más grande tiene que ver con el origen del Universo, con situarse en las primeras cien billonésimas partes de segundo siguientes al inicio de todo, hace 13.700 millones de años. Lo diminuto trata de explicar de qué está hecha la materia, por debajo de átomos, electrones, protones y quarks.

El descubrimiento más importante en este campo ha sido la detección de lo que se cree que es un bosón de Higgs. Cuevas resume la esencia de esta partícula: «El bosón de Higgs es lo que proporciona la sustancia a las cosas. Sin él, el electrón no tendría masa y no existiría el átomo». Cuando dicen que «creen» haber visto un bosón de Higgs es porque las identificaciones de esta partícula se producen una vez de cada 10.000 billones. «Es como buscar un alfiler en 100 pajares». Por eso necesitan tener más fotografías de los posibles bosones, para confirmar que se trata de eso.

La cuestión es que ese bosón tiene que ver sólo con el 4 por ciento de la materia total del Universo, la visible. Otro 24% está hecho de materia oscura y el siguiente reto que trata de resolver el LHC es saber de qué está hecha. Finalmente, la tercera gran cuestión es la de la antimateria. En teoría, debería haber la misma cantidad que materia y haberse anulado una con otra, pero lo cierto es que aquí está el Universo.

Suena un poco a chino, pero los profesores e investigadores de la Universidad de Oviedo prometen ser traductores permanentes en la muestra que estará instalada en el Palacio de Toreno (plaza Porlier) hasta el 5 de febrero, en horario de diez de la mañana a ocho y media de la tarde, salvo los domingos, sólo por la mañana. Las explicaciones sólo se realizarán hasta la una y media y a partir de las cinco y media.