Javier NEIRA

El trombonista Christian Brandhofer -neoyorquino, de padres alemanes y vecino de Noreña- a la hora de ofrecer una propina interpretó «Si quies que te cortexe», del romancero popular asturiano. La ovación estalló con enorme fuerza. Fue la anécdota -y más que anécdota- de una velada en el auditorio de Oviedo que protagonizó la OSPA, dirigida por el maestro Perry So, y con la participación del trombonista principal de la sinfónica asturiana, que ofreció el concierto de Salvador Brotons, un verdadero hallazgo merecedor de una ovación de más de dos minutos más otro largo para la gratificación indicada.

La noche empezó con la magnífica Sinfonía número 29 de Mozart. Dos trompas, dos oboes y todo cuerda. A algunos aficionados -los nuevos públicos- se les escaparon aplausos al final del primero tiempo, más solemne que brillante, según So. El segundo -que recuerda al homónimo de la Sexta de Beethoven que hace unos días bordó la propia OSPA- fue igual de bello; bien el tercero y qué decir del último, de lo mejor del joven Mozart, si bien su padre le dijera «aunque te has sentido contento al escribirla te vendrá bien que nadie la haya visto». Todo un profeta.

Y salió al escenario Brandhofer. El concierto de Brotons es magnífico y la ejecución, soberbia. La cadencia del primer tiempo impresionó con las notas extremas y la velocidades. Dos movimientos con sordina, misteriosos y después el solista a dúo con la flauta, todo subrayado por la cuerda. Un galope con notas suplicantes y todo estalló en una orquestación poderosa, cabalgada por el magistral trombón que, como había prometido, mostró la voz limpia de la divinidad y también la oscura de los peores demonios. Muchos y muy merecidos aplausos.

Tras el descanso, la Sinfonía número 5 de Sibelius. El fagot, sobre el tremolar de los cuerda, abrió la catarata de ideas del compositor finlandés. Después del estallido del metal, viento y madera doblaron a chelos y contrabajos, de nuevo en posición central. El segundo tiempo fue para flautas y trompas sobre pizzicato, y el final, grande y desolador. Casi tres minutos de ovaciones.