Cofrade de la hermandad que tiene su sede en los Dominicos

Javier NEIRA

A las ocho y ocho minutos de la noche de ayer, el paso con la imagen del Nazareno salió a hombros del atrio de la iglesia de Santo Domingo y en ese instante empezó a diluviar. Demasiado tarde para volverse atrás. La banda de cornetas y tambores del Regimiento «Príncipe» tocó el preceptivo himno nacional, los braceros bailaron apenas el paso y la nutrida concurrencia, con más fieles que espectadores, aplaudió. En ese mismo momento el hermano mayor Alejo Barreiro decidió que había que recortar el recorrido. Así fue. No fue posible celebrar el tradicional vía crucis en la plaza de la Catedral. En los últimos cuatro años dos veces el Nazareno no pudo procesionar por Oviedo a causa de la lluvia y las otras dos se mojó.

La tarde había estado cargada de esperanzas porque las nubes contenidas prometían tregua. Los hermanos que iban a procesionar, unos 120, fueron llegando a los Dominicos.

El trono ya estaba dispuesto en el atrio. Manuel Díaz, fiscal de la cofradía, daba los últimos toques al paso, encaramado en una escalera. El padre José Antonio Rodríguez, párroco de los Dominicos, superior de la comunidad y director espiritual de la cofradía, explica que «lo importante es que el Nazareno, el Señor de Oviedo, como siempre se lo ha conocido, pasee todo el año por la ciudad. No estoy en contra de las costumbres o de las procesiones como costumbre, pero es importante entender que deben tener contenido».

A las 7 y 34 minutos se despejó el atrio donde los últimos fieles apuraban alguna oración. Tres minutos después la banda de cornetas y tambores de la cofradía leonesa del Cristo del Gran Poder, que participó en la estación de penitencia, empezó a tocar en la cabeza del templo y lo rodeó hasta situarse en la entrada.

Ya que no llovía se adelantó un poco la salida. Por un altavoz recordaron al hermano Aladino, muy querido por todos, fallecido no hace mucho. Y desde su autoridad Alejo Barreiro exclamó: «Hermanos, nos cubrimos y damos inicio a la estación de penitencia».

A las ocho en punto la cruz de guía abrió la procesión. La banda del Regimiento «Príncipe» empezó a subrayar el lento transcurrir de los penitentes. Detrás, los cofrades leoneses con antorchas, una cruz de reducido formato bajo mazas, unos niños portando una bandeja con la corona de espinas y las estandartes de las catorce estaciones del vía crucis.

Y cuando apenas había asomado el paso del Nazareno medio metro, lo indicado: el diluvio.

La plaza de Santo Domingo estaba literalmente llena de gente que siguió a pie firme el inició de la procesión. La imagen del Nazareno fue protegida por un plástico y todos siguieron sin ninguna prisa por la calle Marqués de Gastañaga arriba, según lo previsto.

La variación se produjo en el alto de la calle. En vez de seguir por Campomanes giraron hacia Magdalena. Los encapuchados y los ciudadanos que por allí andaban de compras se confundieron. La escuadra de gastadores, que marcaba el paso de la oca, apena lograba evitar los patinazos sobre las baldosas de la plaza del Ayuntamiento.

Antes de salir, el hermano mayor había comentado que «la consolidación de la cofradía es lenta, requiere dos generaciones desde que se refundó en 1995. Hace falta que los niños le cojan cariño». Ayer fue una dura prueba para todos. La cuarta consecutiva. Por la calle del Carpio abajo aceleraron el paso. Ya en el templo se rezó el vía crucis bajo techo.

Manuel Díaz, el fiscal, se conformaba con el recorrido corto. Lógico. Habían vencido a los elementos que no es poco.