Según el refranero, que a veces acierta, «cuando marzo mayea, mayo marcea», y este año marzo marceó de cabo a rabo, con lluvia y viento e incluso nieve, por lo que esperamos que mayo se porte, con sol y abundantes flores que ya apuntan en los retales verdes urbanos.

El mes de marzo, además de abundantes lluvias, nos trajo intensa vida religiosa, por un lado con el inesperado cambio de Papa, y por otro por la esperada Semana Santa, y con el aniversario de Alfonso II en su fecha.

La renuncia del papa Benedicto XVI, insólita y casi única en la historia de la Iglesia, fue en sí misma motivo de reflexión para fieles y escépticos y quizá sea bueno, como norma, establecer un tiempo de papado que permita no esperar a la muerte con Caronte a la vera de la laguna Estigia sin tiempo para el último sosiego que permita contemplar la obra realizada. Con esta renuncia, elección y nuevo talante de Francisco, que quiere ser llamado así, a secas, tuvimos muchos elementos para la sorpresa y buen augurio es el de la simplificación del aparato vaticano que parece auspiciar el nuevo Papa, que no se hace llamar Papa. No es fácil imaginar adelgazamiento del aparato romano, pero en este tiempo de crisis, entendido sensu stricto como cambio, quizá quepa, efectivamente, que nos permita ver Cristo más cerca. En cualquier caso, da miedo, con los antecedentes que tenemos, pensar en un cambio en tan complejo mundo. Suerte.

Muchos tenían puesta la esperanza en la Semana Santa para cumplir distintas ilusiones, desde descansar hasta restañar el negocio, pasando por seguir las ceremonias religiosas, ver mundo o reforzar lazos familiares. Unas de estas esperanzas se pueden cumplir, pero otras a duras penas. La Semana Santa en Oviedo, desde 1995, experimenta un continuo proceso de crecimiento, con procesiones en aumento y cofradías animosas con La Borriquilla de San Pedro de los Arcos como mueva incorporación. La de San Pedro fue el escenario de mis semanas santas de infancia, cuando cantábamos a voz en grito y callábamos a duras penas por la imposición del Viernes Santo, cuando recorríamos todos los «monumentos» para los que alcanzaban nuestras piernas, generalmente ateridas por la falta de medias de lana y el lucimiento de calcetines de perlé estrenados en la mañana de Ramos, precisamente. El día del Sábado Santo, pasados los silencios litúrgicos, venía la algarabía de los niños que recuperábamos el cabo de vela, con el nombre de la familia, del cirio que había colaborado al lucimiento -nunca mejor dicho- del altar. Y también se recogía el agua bendita, que con el ramo bendecido servía para ahuyentar las tormentas del todo el año.

Tienen mucho mérito y mantienen mucha ilusión cofradías y cofrades, este año en general pasados por agua y en algunos casos totalmente frustrados por la suspensión de los actos. A mí se me ocurre, y sé que es disparate reñido con las fechas litúrgicas, sacar las procesiones de acuerdo con el «hombre del tiempo» que con las tecnologías avanzadas vaticina exactamente lo que proyectan los cielos. Sería hacer las procesiones en fechas cercanas a las auténticas pero con garantías. No me lo tengan en cuenta, pero el hecho es que, año tras año, cofradías y terciopelos no ganan para mojaduras.

Conmemoramos los ovetenses la fecha de la muerte de Alfonso II, el 20 de marzo, con una misa en la capilla del Rey Casto de la Catedral, que es la suya. En tan largo tiempo, 1.171 años nos separan, la ciudad no se ha olvidar de nuestro rey fundador, al que mucho debemos, inventor ilusionado de una ciudad de la que nos queda lo suficiente como para pensar que él quiso hacer aquí su propia Aquisgrán. Este año, una vez más, nos acordamos de su fecha y la tecnología hizo que las voces de nuestras Pelayas hicieran más plena la emoción.

En tono menor, aquella misma tarde se celebró un acto, el primero, organizado en el Auditorio por APIT (Asociación Profesional de Informadores Turísticos) Asturias que tan buena labor hace para divulgar las bondades de esta tierra. A mí se me ocurre que el trabajo de un buen guía no sólo es oportuno para acompañar a los visitantes sino que también nosotros podemos beneficiarnos de él. Siempre podemos saber más, siempre podemos ver más y ellos nos los facilitan.

Que no se me olvide añadir que hubo reparto de premios y uno fue para mí, que no suelo ser carne de premio. Me concedieron precisamente el «Rey Casto» con D. José María Hevia Álvarez, canónigo de la Catedral, director del Museo Diocesano y antiguo miembro de APIT Asturias, al que deseamos pronta recuperación, y también fue reconocida la labor de pionera en la de los guías de Turismo ya retirada y ex presidenta de APIT Asturias, doña Cecilia Gallego Martínez. Les felicito y me felicito.

Y como el tiempo vuela, abril, por favor, no vengas con las aguas mil.

A veces da miedo abrir el periódico o coger el teléfono, porque llegan inexorables las malas nuevas, frecuentemente sin aviso. Cada vez tengo más amigos al otro lado del espejo y me asusto con tanta ausencia. En estos días sufrimos, entre otras, las pérdidas de dos amigos. El primero, don Juan Álvarez Álvarez, ingeniero de Minas y natural de Pola de Gordón, unido para siempre a Oviedo por sus obras al frente de la concejalía de Urbanismo, entre las que destacan las de urbanización de la Florida, hechas con grandes ideas y generosidad en una ciudad acostumbrada a escatimar en los barrios y dolerse de los espacios libres. Juan Álvarez, amigo desde los viejísimos tiempos, merece una calle principal en la Florida.

El Domingo de Ramos se llenó la catedral con la gente que allí se congregó para la misa de Ramos, tras la bendición en San Tirso. El martes siguiente se llenó nuevamente aquel espacio en movimiento unánime de condolencia por el fallecimiento inesperado de un ovetense que concitaba todo respeto y simpatía: don Gerardo Herrero, fiscal superior de Asturias, que a su condición profesional unía muchas cualidades personales. Los echaremos de menos.