J. N.

El maestro ovetense Pablo González, al frente de la OSPA, dejó ayer su sello personal sobre piezas archiconocidas, demostrando así que en la música todo está escrito en las partituras y al tiempo todo está por escribir en las interpretaciones. Le ayudó y mucho en la búsqueda de originalidades el excelente pianista ruso Alexander Melnikov, que, como buen genio, rozó la extravagancia gestual.

La sesión se abrió con la obertura «Egmont», de Beethoven, que el maestro González expuso marcando los acentos y dramatizando las pausas, para, tras el poderoso metal, realizar un desarrollo lleno de vigor que gustó mucho al respetable.

Y salió Melnikov a tocar el segundo concierto para piano de Beethoven -en realidad es el primero, que escribió con sólo 24 años- y plagó de novedades una interpretación aparentemente sobria de una pieza que, si no sosa, es muy poco dada a virtuosismos efectistas. La cadencia del primer tiempo, con un arranque fugado seguido del clásico repaso a los temas expuestos y desarrollados permitió a Melnikov demostrar su extraordinaria calidad. En el segundo tiempo acentuó el carácter personal de la interpretación con atmósferas maravillosas y en el movimiento de remate volvieron los silencios teatrales dentro de un torrente trepidante de sonidos. Pablo González, muy generoso, dio al pianista todo el protagonismo a la hora de los aplausos. Como propina, un intermedio de Brahms, gran amigo de Schumann que iba dominar toda la segunda parte. Melnikov bordó la pieza.

En efecto tras el descanso la OSPA ofreció una rotunda versión de la sinfonía número 4 de Schumann, apoyada en el canto del oboe, chelo y violín. Tres minutos y veinte segundos de ovaciones.