El noruego Leif Ove Andsnes ofreció un recital pianístico de líneas puras, esmaltado acabado en alto brillo y enérgica sobriedad que, incluso en los momentos de mayor apasionamiento sonoro, apenas cambió de rictus pianístico. El programa se inicia sin concesiones en esta especie de sándwich Beethoven, Bartok, Beethoven en la primera parte. La «Sonata para piano n.º 22 en Fa mayor op. 54», que sigue a la sonata «Waldstein» y precede a la «Appassionata», ha sido calificada como «misteriosa», figura entre las menos populares quizá por ser «atípica» dentro de su producción y encontrarse, más discretamente, entre dos verdaderas cumbres pianísticas. La elección por parte de Leif Ove Andsnes ya indica que el noruego no plantea un recital con concesiones. Beethoven en estado puro fue ejecutado con primoroso detalle, con exquisito esmero, con absoluta fidelidad. El Bartok con vehementes recursos y virtuosismo de la «Suite para piano, op. 14 Sz. 62 BB 70» pareció en la propuesta de Leif Ove Andsnes suceder sin solución de continuidad en su planteamiento, el mismo mimo extraordinario en la limpieza en la ejecución, la misma transparencia y la misma capacidad para hacernos ver a través de la partitura. Leif Ove Andsnes tocando un piano de cristal, y de nuevo Beethoven en la «Sonata n.º 28 en La mayor, op. 101» cierra el círculo, del inicial Beethoven, siempre ambicioso, casi premonitorio, adelantado al futuro, entronca con Bartok y se proyecta sublime, de nuevo en esta sonata, en el inicio de su último período pianístico. Leif Ove Andsnes fue fiel a sí mismo, y su Beethoven no es nunca doliente, es reflexivo. Quizás adoleciendo de una sonoridad algo más aterciopelada y resultando tendente a una homogeneidad cristalina, insistimos. Aquí una consideración respecto a la acústica y del propio piano. El instrumento no era el Steinway del Auditorio, además influye en la sonoridad el escenario en su versión más reducida, que proyecta más focalizado el sonido, con mayor proximidad.

La segunda parte la inicia con «Harmonies poétiques et religieuses» («Armonías poéticas y religiosas») S. 173» de Liszt, inspirada en el poemario de Lamartine, en esta ocasión el n.º 4 «Pensamientos de los muertos», con un carácter que conserva el encanto crepuscular de un joven compositor de 23 años. Esta segunda parte se movió entre la introspección y el lirismo pianístico. El Leif Ove Andsnes más ensimismado pero como guardando religiosa fidelidad a las palabras del propio poeta al comienzo, «Estas líneas están dirigidas a unos pocos», Leif Ove Andsnes mantuvo ese halo de profundidad reflexiva pianística, pero sin un especial acercamiento al público. La cristalina visión virtuosística se tradujo en la misma medida en todo el recital, pero esta vez con la cercanía de un Chopin del «Nocturno en Do menor, op. 48 n.º 1» y de la «Balada n.º 4 en Fa menor, op. 52», en los momentos de mayor combinación de lirismo, ternura y agitación del recital, aunque en esa línea de pulcritud extrema que difícilmente se desmarca del guión establecido. Dos valses de propina como, quizá sí esta vez, concesión a la galería de Leif Ove Andsnes, el pianista que vino del Norte. Como nuestra incipiente primavera, por instantes con soleada apariencia veraniega, pero aún la cola fría del invierno a media tarde.