La noche del lunes ponía fin a la temporada de «Conciertos del Auditorio» con dos protagonistas de lujo: la Royal Philharmonic Orchestra, que dirige el suizo Charles Dutoit, y el violonchelista Adolfo Gutiérrez, al que «nacieron en Múnich», pero que en Asturias sentimos como nuestro por lazos de familia y por su asidua presencia en los escenarios regionales.

Desde las salvajes costas de Escocia, el bramido de las olas y las evocaciones de una naturaleza indomable de la obertura «Die Hebriden» de F. Mendelssohn irrumpieron en una sala de concierto menos repleta de lo habitual, pero no por ello menos entusiasta y receptiva. Dutoit optó por una interpretación equilibrada en las secciones instrumentales y atrevida en las dinámicas, acentuando los ondulantes arpegios que extrae a la orquesta con un gesto tranquilo, pero lleno de intenciones.

El único movimiento del «Concierto n.º 1 para violonchelo y orquesta en La menor», de C. Saint-Saëns, fue suficiente para que se confirmase que nos hallábamos ante el violonchelista español más reconocido internacionalmente. A. Gutiérrez consigue transformar su instrumento en una prolongación no ya de su cuerpo, sino de su propia voluntad y percepción del mundo sonoro que le rodea. El dominio de las cualidades tímbricas del chelo, aflautado por momentos, le permite surgir del grueso de la orquesta como una presencia transfigurada y camaleónica. Su predisposición al lirismo quedó patente en el «Allegreto con moto», en el que orquesta y director se vieron arrastrados por la fuerte personalidad musical de Gutiérrez.

La «Sinfonía nº 1 "Titán" en Re mayor», de G. Mahler, que ocupó toda la segunda parte, viene determinada por su interpretación en la capital británica, en apenas unos días, tras su rodaje por Oviedo y Zaragoza. Se percibe en Dutoit un interés por la transparencia temática, cualidad esencial en Mahler para no saturar el desarrollo motívico e instrumental, así como una inclinación por los «tempi» ligeros que favorece, junto al uso de dinámicas oscilantes, la percepción de la obra como un todo unitario.

El «Finale, tempestuosamente agitado» con la sección de metales en pie, a modo de fanfarria de caza, exaltó a un público que no pudo contener aplausos y bravos ante los gestos de despedida del director suizo.