Santiago Calatrava reapareció ayer en Oviedo para declarar en la primera sesión de lo que promete ser el gran juicio a su gran proyecto en la ciudad, el palacio de congresos de Buenavista, un edificio cuya cubierta, defendió el arquitecto, «se puede mover». A pesar de los problemas en la ejecución de este elemento que llevaron a dejarlo fijo, Santiago Calatrava sostuvo en el juicio que la cubierta se tuvo que dejar fija por «prisas» y «falta de interés» por parte de Jovellanos XXI, pero que la movilidad de esa pieza «es el alma del edificio, y eso se puede tener, se puede mover, mediadas unas reparaciones».

Sus juicios sobre la cubierta del palacio fueron sólo una de las polémicas patas sobre las que reposó su testimonio en una causa en la que él es el primer demandante, a través de su sociedad suiza, para reclamar a Jovellanos XXI el pago de 9,285 millones de euros por impagos en sus honorarios. La empresa asturiana plantea, a su vez, una contrademanda por incumplimientos de contrato y daños provocados por defectos en el diseño y dirección de la obra por la que exigen a Calatrava 25 millones de euros.

La vista, en el Juzgado de primera instancia número 10 de Oviedo, presidido por el magistrado Pablo Martínez Hombre, dio pie a Calatrava a defender su cubierta móvil, similar, dijo, a las del museo de Milwaukee y el Politécnico de Florida. «Era un hito especial que hacía de Oviedo un punto de encuentro universal, lo he visto recientemente y es algo de lo que todos podemos estar orgullosos. Y la cubierta móvil es, sin lugar a dudas, su seña de identidad».

¿Por qué se dejó, entonces, fija?, vino a preguntar, de diversas maneras, Alberto Bernardo, abogado de Jovellanos XXI. Según Calatrava, «los soldadores no daban la talla» y tampoco fue una buena idea que la empresa echara de la obra en una ocasión a la UTE Buenavista encargada de estos trabajos y luego los volviera a llamar. «Yo les dije que no los echara, pero es que la propiedad no tenía un gran interés en hacer la cubierta móvil», zanjó. Según el arquitecto valenciano, cuando las soldaduras del arco a las costillas empezaron a romperse, Jovellanos XXI disponía sólo de 4 semanas para acabar la obra porque había prometido un acto electoral. En ese contexto, según su declaración, Alberto Lago le retó: «Si no la fijas tú, la fijo yo». Así que él la fijó, pero de forma reversible y adjuntando, reveló, «un proyecto para que se pueda mover». En cinco semanas y con el sistema de cartelas que él sugirió para fijar las costillas, declaró, «a Jovellanos no le hubiera costado ni un duro».

Después de que Jacobo Cosmen declarara durante dos horas, Santiago Calatrava habló más de tres. El juez, Pablo Martínez Hombre, advirtió a las partes: «No voy a escuchar a nadie más allá de las siete». Durante su declaración, Calatrava, en la fotografía a su salida del Juzgado, admitió que se entretenía mucho en las respuestas: «No dude en interrumpirme», llegó a decirle al magistrado.

Más de tres horas en unas vistas que durarán cinco días El presupuesto de la obra pasó de 38 a 80 millones en 9 años

Tal era la seguridad de Calatrava sobre las posibilidades de la visera que el abogado de Jovellanos XXI le pidió que estimara el coste de ponerla en funcionamiento. «Menos de un millón», aventuró. Cuando se le explicó que en otro juicio un trabajador suyo había admitido que serían casi seis, rectificó. «Entonces será esa cifra».

Calatrava aprovechó su declaración para sacar pecho de sus proyectos y colgarse varias medallas. En varias ocasiones citó que acaba de hacer un puente giratorio en Dublín único en el mundo, que acumula más de 32 años de experiencia profesional en 20 países, «a plena satisfacción de mis clientes», que ha sido veinte veces doctor honoris causa y que ha recibido «siete o diez veces» el premio europeo de estructuras metálicas.

En términos generales, Jovellanos XXI trató de probar que Calatrava no cumplió el contrato, desatendió la obra y modificó completamente los planes y los presupuestos. En su defensa, el arquitecto valenciano argumentó que el proyecto se modificó sustancialmente en numerosas ocasiones a petición de la propiedad: «Cambios brutales», como pasar «de 87.200 metros cuadrados a 184.000 metros cuadrados», «pasar de un hotel de 5 estrellas a uno de 4 porque no había mercado», «a incluir dos edificios de consejerías teniendo que aumentar el ancho», «a sugerir una modificación del aparcamiento ya proyectado, luego decir que no y de pronto introducir unas rampas exteriores nuevas».

Calatrava aseguró que todas estas modificaciones y sugerencias hicieron que el proyecto entrara en «una dinámica de cambios», «una dinámica evolutiva», que tampoco censuró. «Ése ha sido el tenor del trabajo, porque es muy diferente construir un edificio de viviendas, que son habas contadas, el clima de trabajo era enormemente amistoso y con la meta de servicio a la ciudad de Oviedo, para darle dos edificios extraordinarios».

Calatrava defendió, así, que él nunca tomó decisiones por su cuenta -«un arquitecto no decide de manera autocrática»- y sugirió que las modificaciones presupuestarias son fruto de haber entrado «en una dinámica de cambios y prisas».

Porque eso es, precisamente, lo que se pregunta y lo que esgrime Jovellanos XXI. Jacobo Cosmen, que compareció en primer lugar y defendió que su empresa había cumplido con el contrato, reveló que Calatrava ya ha cobrado 23 millones de euros por sus honorarios y detalló que sólo el palacio de congresos pasó de un presupuesto de 38 millones en 2002 a otro de 51 en 2005 y de 80 en 2011.

El valenciano apeló al «contento» que había en Oviedo con su proyecto, citó la publicación «Oviedo, punto de encuentro universal», en la que se mostraba la maqueta del palacio, y defendió que «la singularidad del proyecto era querida por la propiedad y apreciada por el Ayuntamiento».

Calatrava sacó a pasear en varias ocasiones al ingeniero que es para sostener que todo estaba calculado y su equipo había trabajado duro en la ciudad, que él visitó la obra «tantas veces como fue necesario» y que, junto a las personas nombradas en Oviedo para atender los trabajos, tenían en Valencia, «a su disposición», un equipo de 20 arquitectos, 20 ingenieros y 4 aparejadores.

En su comparecencia, y también en las de sus ex colaboradores, salieron a relucir los grandes problemas del palacio: el derrumbe del graderío y la visera móvil. «Lo primero fue un accidente, lo segundo un problema diferente, una pieza que la empresa no era capaz de ejecutar, resumió». Detalló también que Alberto Lago decidió rebajar las condiciones de funcionamiento de la cubierta (de un máximo de viento de diez metros por segundo a otro de cinco) para «no gastarse ni un duro más», una solución «prudente», que permitía incluso utilizar el mecanismo en un 79% de los casos, según estudios que ellos encargaron. Y, una vez más, insistió en que, sin embargo, se mueve: «No se probó que no se mueva porque no se intentó, decir que no se abre es una pura especulación».